Madrid |
No saben que tú saliste de casa, presumiblemente una noche, hace algo más de dos semanas, supongo que para hacer un poco el golfo, quizás a cambiar de aires, quizás a jugar con el viento, que os gusta mucho a los gatos en días de temporal. Solías hacerlo, y por eso tu dueña, Laura Pereira, no le dio importancia el primer día que no estabas a desayunar, pero pensó que se estaba dando bien la noche.
Al segundo, la impaciencia se convirtió en alarma. Al tercero, ya sintió miedo por tí. Y al cuarto te empezó a dar por perdido, quién sabe si desorientado, quién sabe si atropellado, empezó a desear que hubieses sido robado; que no te hubiera ocurrido lo relatado por García Lorca: "Y tú, gato de rico, cumbre de la pereza, entérate de que hay gatos vagabundos que son mártires de los niños que a pedradas los matan y mueren como Sócrates, dándoles su perdón".
Te había buscado por todo el pueblo, y no había noticias tuyas. "Sin noticias de Coqui", hubiera escrito Eduardo Mendoza. Hasta que llegó el día 24, y se hizo verdad el cuento: volviste a casa por Navidad. Pero cómo venías: desnutrido y con 17 balines de 17 disparos en tu cabeza.
Alguien te cogió, alguien te encerró o te ató y se dedicó a disparar sobre ti. No fue otro gato celoso, que los gatos no sois tan crueles. Fue alguien de la especie humana, la única que tiene armas y las usa para matar; la única que caza y martiriza a otro animal.
Un disparo, dos disparos, diez, doce, quince, hasta diecisiete disparos a tu cabeza. Y más de dos semanas sin comer. Y te habrá arrojado, agonizante, sabe Dios a qué cuneta. Y has sobrevivido, Coqui.
Pacientemente un veterinario te quitó uno a uno los balines y ahora teme que perderás la vista. ¡Pobre gato Coqui, que caíste en manos de un ser que llaman humano, simplemente porque tiene forma de persona! Lo que no sabía ese ser es que tú eres un gato. Y los gatos tenéis siete vidas. Tú lo acabas de confirmar.