Y buenas noches a Mario Draghi, que está a punto de ser proclamado primer ministro de Italia. Llega a ese puesto, señor Draghi, podríamos decir que por descarte. Al no haber un político con suficiente respaldo parlamentario, situado el país al borde del desgobierno, al presidente de la República se le encendió la lucecita que a veces se les enciende a los dirigentes y se dijo: “ahí va, pero si tenemos a Dragui”.
Viene con todos los laureles que pueden coronar a un ser humano: respetado en su país y más allá de las fronteras de su país; celebrado presidente del Banco Central Europeo, que eso sí que es tener el poder de la Unión; con multitud de testimonios que lo consideran el auténtico salvador del euro en la crisis feroz de 2008. El presidente de la República de Italia le habrá comentado la ocurrencia a su esposa y su esposa le habrá dicho: “¿Draghi? ¿Con la pasta que debe tener de retiro después de presidir el banco? No lo aceptará ni de coña”. Y usted lo aceptó, señor Draghi. Seguro que pensó que tenía la solución para Italia y probablemente para Europa. Y empezó a hablar con los partidos.
Y todos le dieron un sí, creo que entusiasta. “Es un seguro de vida para nuestros hijos y para nuestros nietos”, respondió el ex primer ministro Matteo Renzi. Seis partidos de ideología “de su padre y de su madre”, que decimos por aquí, le dan su respaldo. Solo le rechaza la extrema derecha. No sé cómo será usted personalmente, don Mario. Pero, políticamente, es un seductor e Italia le saluda como el hombre-milagro de las soluciones. Como espectador lejano, le diré una cosa: su aventura es apasionante. Usted no es un político, hasta donde sabemos. Usted es un economista. Es un tecnócrata. Si triunfa, puede significar la superación de las ideologías. Puede suponer, incluso, la superación de los partidos tal como los entendemos hoy. Y puede, por lo mismo, ser el próximo pim-pam-pum de Italia. En cuanto los partidos vean que usted les hace sombra, que los hace prescindibles, son capaces de derribarlo con el mismo entusiasmo con que hoy lo llevan al poder. Si tiene que salvar a Italia, señor Draghi, rece a Dios para que haga pronto el milagro. Un día de retraso puede ser su inmolación.