Madrid |
Como diría don Pablo Casado del pacto que hoy se encarriló, lo de menos es el apellido. Lo que cuenta es tu nombre, pasaporte. Yo me imagino que llegaste a oídos del señor Torra, que lleva la mitad de su vida imaginando que para salir y entrar en Catalunya hay una ventanilla o una caseta con unos policías nacionales de un lado y unos Mossos d’Esquadra del otro, y en la ventanilla o la caseta pone “control de pasaportes”. Y de pronto surge el coronavirus.
Y Torra contempla horrorizado que el Estado español todavía existe, en contra de la tendencia a creer que había desaparecido de esa comunidad. Y descubre más horrorizado todavía que hay soldados del Ejército que, oh decepción, no entraron con sus tanques por la Diagonal, sino que fueron a levantar hospitales de campaña. Y lo que es peor: hay alcaldes que lo agradecen. Y Torra, siempre patriótico, decide que un virus de nada no va a estropear sus sueños. Y empieza a hablar de desconfinamiento diferenciado, porque todo lo que afecta a Cataluña tiene que ser diferenciado. Y su portavoz Budó acude a la doctrina tradicional y asegura que en una Cataluña independiente habría menos muertos. Y él oye la palabra pasaporte y se erotiza. Los expertos dicen que eso, de existir, tiene que ser supranacional, como el virus, que no conoce fronteras.
Pero Torra te defiende. Te incorpora a tu mundo onírico. Le importa la palabra: pasaporte. Da igual que se refiera a inmunizados o a forofos del Barça. Lo trascendente, lo relevante, lo histórico, es que cada catalán lleve en su bolsillo un documento con el mítico nombre de pasaporte. Empiezas por ser inmunitario y terminarás poniendo por arriba “República de Cataluña”. Por eso te escribo esta noche. Para darte la bienvenida. El sábado no existías. Hoy te quieren convertir en patrimonio, a medio camino entre símbolo de la república y nuevo hecho diferencial.