Estamos inmersos en una etapa de campañas electorales, donde los diferentes partidos se esfuerzan por alcanzar el poder. Con frecuencia hemos escuchado que el poder ha sido un gran afrodisiaco para el ser humano y nuestros libros de historia, filosofía, religión y de política están llenos de luchas por el poder.
Dentro de la psicología hay multitud de estudios científicos que relacionan la ambición desmedida al poder con ciertos rasgos patológicos, que cuando llegan al extremo desembocan en una falta de contacto con la realidad, en un aislamiento progresivo y en una obsesión por la autoimagen.
Hay quienes piensan que han nacido para ostentar el poder y lo persiguen sin reparar en medios; y hay quien busca el poder como un servicio a los demás y un medio para intentar que la justicia prevalezca.
Explica María Jesús Álava Reyes que las personas que tienen una ambición muy obsesiva con el poder comparten una serie de características, pero que la primera es el exceso. "Pensar que somos excesivamente bueno, excesivamente inteligentes, hábiles, tanto tanto que los demás tienen que reconocer nuestra superioridad y aceptar nuestro poder".
Añade la experta que son "personas engreídas, poseídas de sí mismas, de su propia valía y que siempre piensan que están en la posición de la verdad". Destaca además que su principal problema es que "se creen fuera de las limitaciones humanas" y que "no han aprendido las lecciones fundamentales de la vida".
Apunta que podría entrar "en el terreno de la patología" porque "sólo piensan en triunfar y en conseguir poder" y que en ese trayecto "no se paran ante nada ni ante nadie".