LAS CLAVES DE LA BRÚJULA

Banda Sonora: "Aquí tendemos a romantizar a los rebeldes, a los forajidos. Y Ábalos lo sabe"

La sección en la que el cine escribe recto los renglones torcidos de la actualidad.

ondacero.es

Madrid | 27.09.2024 20:02

Abrimos Banda Sonora, la sección en la que el cine escribe recto los renglones torcidos de la actualidad. El lugar en el que una película, o una serie –hoy será una serie- no ayuda a descifrar lo que está pasando.

Hoy vamos con una producción española de primera. Una serie que cuenta con episodios dirigidos por Mario Camus y por Pilar Miró. Y que ofrece una banda sonora que nada tiene que envidiar a las compuestas por Nino Rota, John Williams o Morricone.

En este caso escrita a dos manos. El gran Waldo de los Ríos y el enorme Antón García Abril. Maestros los dos. Fue Waldo de los Ríos quien creó esta sintonía que está entre las más conocidos de nuestra historia televisiva y que se inicia, como debe hacerse, por todo lo alto.

Curro Jiménez, qué sonido más reconocible, y que vibración sonora más española. Toda la banda sonora, que yo no he encontrado en ningún soporte es impresionante. Y más todavía esta belleza de Antón García de Abril, que hiela la sangre y da el tono perfecto para presentar al protagonista de nuestra historia.

“Siento que me enfrento a todo. Vengo sólo en mi coche. No tengo secretaria. No tengo a nadie detrás, ni al lado”. Parece que los dos personajes encajan. ¿Verdad? Pues justo eso, es lo que voy a tratar de desmontar.

Mi tesis es que Ábalos no es justiciero, ni un bandolero, tampoco un truhán, ni siquiera es un pícaro. Todos esos arquetipos de personajes, tan presentes en nuestra literatura, son productos de la pobreza y víctimas de poderes impunes.

Por eso nos han atraído tanto siempre. Porque este es un país muy marcado por la pobreza y por la injusticia. Esa es la razón por la que aquí tendemos a romantizar tanto a los rebeldes, a los forajidos. Y Ábalos… Ábalos lo sabe.

“Me enfrento a todo el poder político. ¿Quién me lo iba a decir? De una parte y de otra. Y lo tengo que hacer solo. Soy un mero peón que se inserta en una lucha política, sin reglas, que se fundamenta en la eliminación de cualquiera y de cualquier modo”.

Sabe que la lucha contra el poder despierta admiración. Sabe que el victimismo genera empatía. Y sabe que la soledad puede evocar cierto aroma épico. Pero Curro Jiménez no es José Luis Ábalos. Y eso es algo que se hace evidente desde el capítulo uno.

Curro fue, un humilde barquero que, sufrió el asesinato de su padre, el robo de sus propiedades, la separación de su madre y el alejamiento de su amor. Sufrió todo eso porque cuatro hombres más poderosos que él se conjuraron. Así que ejecutó su venganza y les asesinó.

Y, al hacerlo, asumió las consecuencias de los hechos. No las negó. No buscó su absolución. Y, justo por esa razón, se convirtió en bandolero. Aquí le escuchamos justo antes de cruzar el punto de no retorno.

Curro:

“Sólo puedo decir que no tuve fuerzas para evitarlo, a un hombre cuando lo acorralan… enloquece”.

Su padrino:

“Los jueces no te perdonarán por eso”.

Curro:

“Ni yo lo pretendo. Me marcho padrino. Me marcho para siempre”.

Curro Jiménez es un hombre humilde que se enfrenta al poder. Ábalos es un hombre poderoso. Curro Jiménez no quiere la piedad de nadie. Ábalos intenta que no se haga justicia. Curro Jiménez es un héroe. Y Ábalos es el aparente protagonista de un trama de corrupción.

Por lo tanto, no se puede sostener que el antiguo número dos y superministro de Sánchez haya sido una victima en ningún momento. Las víctimas de esa trama somos nosotros, en plena pandemia, en uno de los momentos más duros que pueden recordarse.

Los héroes se distinguen de los malhechores en que tienen un sentido de lo que está bien y de lo que está mal. Al actuar, no dañan a las víctimas. Van a por los que tienen de todo tal y como nos cuenta Curro Jiménez muchos episodios después…

“A los que yo asalto, nadie se ha parado a preguntarles a costa de quiénes han hecho su fortuna. Cualquier cacique se aprovecha de la pobreza de la gente día a día.

Hasta que llega un momento en que ya no puedes más. Y arrasas con todo lo que se cruza en tu camino. Luego, ya se sabe, emprendes una huida que termina aniquilándote, sin que una sola voz se pregunte el porqué de tu locura. Así me eché al monte, Míster”.

¿Qué es un cacique? O… mejor dicho, para ser más precisos… ¿Qué es un aspirante a cacique? Un aprovechado. Un ser moralmente invertebrado que únicamente se mueve desde la necesidad de autosatisfacción. Un cínico.

El bandolero, sin embargo, tiene un sentido de la justicia, equivocado o no. Lleva escrito un pequeño código moral. Todos los personajes de la literatura picaresca comparten un código. Pueden cometer todo tipo de maldades movidos por la necesidad o por diversión. Pero siempre guardan un pequeño código. No mudan sus principios.

Hasta los propios adversarios, hasta los representantes de la autoridad, reconocen esa cualidad, muy vinculada a la hombría, al western, en Curro Jiménez.

Autoridad

“Sé que es Usted una persona sensata. Por eso he venido. Para hablar”

Curro

“¿Hablar? Siempre pensé que lo que quería era colgarme”.

Autoridad

“No he descartado esa posibilidad, todavía. Sé sin embargo que es Usted un hombre de honor, a pesar de su oficio”.

Curro

“Nadie elige su oficio. Todos estamos condenados a ser lo que somos”.

Autoridad

“Lo sé por experiencia”.

¿Qué significa ser un hombre de honor? El honor, la obsesión con el honor es una de las constantes históricas y artísticas más presentes en la personalidad española. El honor es la palabra. Y consiste en no decir lo contrario a lo que se piensa, a lo que hemos dicho a otro, a lo que hacemos. Ser un hombre de honores ser un hombre de palabra.

Esa es la razón, más todavía con la música de fondo, por la que nos parece completamente imposible imaginarnos a Curro Jiménez diciendo esto. “Soy feminista porque soy socialista, porque el compromiso con la igualdad entre hombres y mujeres forma parte de nuestro ADN político”.

Se puede admirar a Curro Jiménez, a Ábalos o a ninguno de los dos, que cada uno elija libremente. Pero no se puede aplaudir a los dos sin caer en la contradicción porque son opuestos.

Esto es lo que traía. Me voy que tengo el caballo aparcado en la puerta y se me acaba el ticket de la hora a las ocho. La semana galopamos de nuevo.