Hoy en nuestra sección de filosofía mundana, Javier Gomá nos habla de cómo educar el corazón.
Cuando vivíamos en regímenes autocráticos, lo que le interesaba a la minoría que ejercía el poder, era gobernar a la mayoría -la masa- y que ésta obedeciera. "Es muy exacto porque ¿Quién tiene poder? El que tiene obediencia".
En la democracia, no existe la masa, sino muchos ciudadanos. Y, conforme al principio democrático, los ciudadanos nos obedecemos a nosotros mismos. En consecuencia, la viabilidad de la democracia depende enteramente de la voluntad de los ciudadanos, de lo que ellos sientan como bueno.
Ahora bien, principios fundamentales de la moral que hoy nos parecen evidentes, nunca, en realidad, han sido demostrados y la historia nos demuestra que en el pasado fueron negados.
Lo anterior nos sirve para aprender qué es ser “culto”. Inculto es quien dice: esto es así, siempre ha sido así y siempre será así, convierte la historia en naturaleza; mientras que el culto dice: esto es así, pero podría ser de otra manera, en el pasado fue distinto y en el futuro probablemente también lo será.
Pues bien, una visión culta nos muestra que en el pasado no existió, por ejemplo, igualdad ni si reconoció la misma dignidad al hombre y la mujer. ¿Qué ha pasado entretanto para que hoy sea evidente esa igualdad? ¿Alguien la ha demostrado en el laboratorio o en una operación matemática? No: es una evidencia sentimental, algo que todos comparten como indiscutible sin necesidad de prueba.
Luego, al final, todo depende de las evidencias sentimentales del corazón del ciudadano virtuoso. La educación del corazón lo es todo. Como dice Aristóteles: “Virtud es gozar, amar y odiar de manera correcta”.