No sólo España vive una jornada de resaca electoral. Nos preguntamos hoy, en el día después de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales turcas, qué tendrá el recién reelegido Recep Tayip Erdogan para que, a pesar de sus excesos autoritarios, medio país le adore. Ya en 2017 no pareció que la mitad del país tuviera muchos problemas en conceder a Erdogan el poder absoluto votando a favor -51,20% de los turcos- de una reforma constitucional que, entre otras cosas, abolía el cargo de primer ministro para transferir sus poderes el presidente, que podía ser reelegido una y otra vez y además podía ejercer el poder ejecutivo al margen del parlamento.
Ahora, 7 años después, Erdogan se dispone a prorrogar sus dos décadas al frente del país, primero como primer ministro y luego como presidente. Ni siquiera el devastador terremoto ocurrido en febrero -con más de 46 mil muertos, edificios cayéndose como castillos de naipes mientras otros resistían y enormes dificultades para que el rescate llegara a tiempo a determinadas regiones- parece que haya hecho mella, como algunos preveían, en la reelección de Erdogan. Probablemente la guerra en Ucrania ha sido viento de cola para el presidente turco, por varios motivos: su papel mediador -exitoso en aspectos como el grano ucraniano o el intercambio de prisioneros- ha sido muy bien visto por buena parte de la población turca según las encuestas. Y a ello hay que añadir que la guerra ha permitido atribuir a un factor externo las altas tasas de inflación y la carestía de la vida.
Judith Arnal, investigadora senior asociada de Elcano, explica que el éxito de Erdogan se debe a varios factores. Primero, que ha establecido fuertes redes clientelares. Desde el año pasado el salario mínimo interprofesional ha aumentado en Turquía un 180%. Además ni los medios de comunicación, ni el poder judicial, ni el instituto nacional de estadística son independientes. Mientras Erdogan tuvo 42 horas en la televisión nacional para explicar su proyecto electoral, su rival a penas pudo disfrutar de 32 minutos. Por otra parte, Arnal comenta que "ha sabido vender muy bien la posición que juega a nivel internacional, por ejemplo como actor clave en el acuerdo del grano ucraniano".