Salgo a la calle. No están ni los de las excusas. La semana pasada, salir era un alivio. Hoy es una obligación. Los sacerdotes de la parroquia han abierto de par en par las puertas de la iglesia al otro lado de la verja y ahora si pasas por delante, al otro lado de la verja puedes ver a Dios.
Recuerdo cuándo hacíamos planes de fin de semana. Este fin sábado y domingo hemos doblado los muertos. Vamos por dos mil. Y los que se quedan. Lamartine decía que cada sepulcro guarda al menos dos corazones. Poco a poco, las caras y los nombres van tomando el espacio de las cifras. Ana, de Zaragoza, por ejemplo, ya no nos oye.
En las residencias los ancianos convivían los que están vivos y los que no. Y vamos meter a los muertos en una pista de patinaje. Este vértigo de pandemia sucede cuando te enteras que el oscuro pájaro de la muerte se te ha posado en Palacio de Hielo, el centro comercial de al lado de casa. A las niñas les encanta ir a merendar allí y saltar en las camas elásticas. Hoy he avisado a su madre de que no pongan la radio.
Dicen que se han frenado los contagios en Madrid. Jorge Nagore recuerda a Leonard Cohen cuando decía que hay una grieta en todo y que por ahí entra la luz. A veces cuesta encontrarla.