Traigo apuntado que entra uno poco a poco en la negociación de la legislatura, pero después toma un impulso que no veas. Empieza pidiendo el pinganillo para el aranés en Bruselas y terminas dándole la amnistía a Puigdemont, poniéndole fecha al referéndum pactado y metiéndole fuego al Tribunal Supremo con música de Lluis Llach.
Lo de los apoyos de Sánchez funciona un poco como una noche de pedo. Te tomas tres y ya te da igual ocho que ochenta.
Ya que estamos en Málaga y hablando de moyate, nunca olvidaré el Pimpi Florida, glorioso y feliz desmelene en el barrio de El Palo. Entra uno allí timorato como convocando las elecciones en julio y termina echándose al cuerpo, siete cacahuetes salados, tres empanadillas, dos carabineros y una botella de vino.
De pronto se ve en la escalerilla del fondo cantando por Nino Bravo o Miguel de Molina y cargando sobre las cabezas, como si fuera el Cristo de Mena, a un mecánico que no recuerdo de dónde era, creo que de Benalmádelman. Jo, volvería a fumar solo por echar un pitillo debajo del aparato del aire acondicionado del patio de El Pimpi en aquella lisérgica de verano. En realidad no es un patio, sino un pasillo al que se accedía atravesando la cocina en la que una señora limpia en el fregadero lo que parecía un calamar.
Como el bar, mi espinita es una locura, solo que hay locuras que se pagan más caras que otras. Los independentistas ya hablan de condonar la deuda de Cataluña a cambio de hacer presidente a Sánchez. Calculan que la investidura nos puede costar 70.000 millones y la yema del otro.