Hoy traigo que ahora que vienen las fresas con hepatitis de Marruecos, me acuerdo de aquel chiste en el que uno le decía a otro: voy a echar estiércol a las fresas y el otro le preguntaba: ¿Oye y las has probado con nata?
Hay apuestas sobre el texto que han acordado Sánchez y Puigdemont para la Ley de la amnistía. Diez a uno a que incluirá el terrorismo. Yo me he jugado unos durillos a que incluye el terrorismo ma non troppo, un terrorismo light o algo, una suerte de terrorirmo que lesione los derechos humanos pero no gravemente, un terrorismo cuqui, apapachable, obligado ciertamente por las circunstancias, perdonable, acaso un terrorismo admirable y no como esos de la derecha que quitaron un carril bici.
Asistiremos a la canonización de Puigdemont y su flequillo incorrupto, y el bien que ha hecho a España. Así que se esperan las nuevas cesiones de Sánchez el que dijo, claro, que no cedería. Hemos dicho tantas veces que no ha cumplido su palabra… Sánchez ha conseguido invertir el sentido de la rotación de la mentira. Como Superman cuan daba vueltas a la tierra a toda leche y la Tierra giraba p’allá en vez de p’acá. Ha forjado una ética inversa en la que, si miente, cubre las expectativas, pero si en cambio cumple, decepciona. Imaginemos que en un arrebato de dignidad o siquiera llevado por los alisios de algún tezánico anticiclón, a Sánchez le convinieran elecciones y dijera: mira, yo así no puedo gobernar, mi país no se merece esto, todo hombre tiene un límite, di mi palabra tantas veces que yo hasta aquí he llegado, digo que si Sánchez cumpliera con su palabra, parecería un embustero.
