Traigo apuntado el quince de julio extendido, se ha aparecido Madrid en una suerte de diciembre a 41 grados a la sombra, un calor como para ponerse una serie alemana de policías. Vamos al verano como vamos, hechos recuerdos, de postillas de los porrazos en el encierro los que hayan tenido esa suerte. Tenemos sueño y un punto de resaca huérfana, y una medalla del santo que compramos en la tienda de souvenirs sanfermineros, nuestro sexshop.
En la cumbre, Sánchez le ha dado a Delcy Rodríguez, del régimen de Maduro dos besos con risas, mua mua, como de martes y trece. Europa concede a Sánchez la seguridad del cargo internacional y se mueve de aquí allá por el escenario como Julio Iglesias por el escenario. En casa, Sánchez anda mosqueado porque mi Españita ya no está enamorada de él. La busca en los programas, en las entrevistas, a la salida del trabajo, en en los mítines de Huesca, y en la victoria que le otorga el CIS flash, zoom boom crash. No se puede creer que España no lo quiera.
La campaña ha alcanzado ese punto lisérgico. Zapatero en Donosti da discursos como de Johannes Kepler con anfetas. Es magnífico. Sánchez desempolvó a Zapatero y ahora va por ahí habla del infinito, que es lo que te pasa cuando sales de surfear en Gros y te tomas una botella de sidra. El infinito es el infinito, dice. Nos ha jodido. La Tierra, chiquitita en el universo, tan pequeña, un planeta en el que se puede amar, en el que se puede leer y en el que se puede votar a Sánchez.