Traigo el final del campaña, voces rotas como de aguardiente, últimas poses en las entrevistas. Como a Yolanda le daba por planchar, Sánchez ha dicho en lo de Julia Otero que le gusta lavar la vajilla y lavar la encimera. Cuánto más humanos se ponen los candidatos, más extraterrestres parecen. Pero quién dice lavar la vajilla? Y lavar la encimera? El presidente se hace pasar por persona como en lo de Gurb de Eduardo Mendoza, pero es incapaz y por las noches muta entre una y otra: españolazo, federalista, amigo de Iglesias, de Argelia, de Marruecos, líder de la OTAN, le falta encarnarse en Marta Sánchez. Tiene ese don inverso, cuando en un vídeo aparece en un alibrería y dice que lo que más le gusta es entrar en la librería la gente piensa: “Este no se ha leído un libro en su vida”. Ahora piensan que no ha fregado un plato.
La campaña terminó excéntrica, como empezó, acusando Sánchez al PP de pactar con Bildu en Vitoria, cuya alcaldía regaló al PSOE para que no gobernara con Bildu. Parece una técnica suicida acusar al partido de enfrente de lo que la gente le reprocha a uno: pactar con Bildu, decir mentiras, decir perroxanxe, sanchismo y que te vote ese de la rima. Constantemente le recuerda a la gente por qué no lo quieren votar como una cosa homeopática por la que el recuerdo de Txapote va a hacer que la gente le vote.
Pero oiga, yo qué quiere que le diga. Hay alegría. Teresa Ribera, cómo bailaba en el cierre de campaña del PSOE. El sanchismo hace una conga de sus mayores vergüenzas. Sánchez se ve ganador, da igual cuándo escuches esto.