Hoy traigo el bosque de Izium en la región de Jarkov. Parece han sembrado de unas cruces de madera de ejecución perfecta, son unas cruces pulcras, cruces como de la Bauhaus. Cae una lluvia fina, un soldado se enciende un pitillo bajo un plástico transparente. Han encontrado 450 cadáveres de entre las raíces de los árboles. Rusia les hizo un pijama de barro en un bosque a las afueras del pueblo y ahora los desentierran como momias de anteayer, las uñas arrancadas, las manos atadas a la espalda y una soga de corbata de difunto. Se me aparecen como extraños animales vestidos. Al paso de las tropas de Putin, la muerte dibuja su siniestra geografía de matanzas: Bucha, Borodyanka, Izium.
Ha dicho Putin en Samarcanda que espera que la guerra termine cuanto antes. Mies Van Der Rohe creía que el diablo habitaba en los detalles, pero a veces anida en los deseos de paz. Este de esperar que la guerra termine cuanto antes es de los más miserables pues deja sobre el agredido la responsabilidad de terminar con la guerra. Rindiéndose, como es natural.
La guerra es mala, depende. A veces, es peor la derrota. Hay un pretendido pacifismo que va por ahí dejando caer que si en Jarkov no se hubieran resistido, pues no los hubieran matado.
Me estoy acordando de Pablo Iglesias cuando pedía a los ucranianos no armarse: “Puede suceder una tragedia”, les avisaba. Lo veo ahora compungido por el avance de las tropas de Zelenski. No escucho su habitual retórica de fosas comunes. Igual si los muertos de Ucrania fueran de 1936. La memoria histórica es que los muertos que cuentan solo son los del pasado. A los 450 de Izium les harán un homenaje en el futuro, será, seguro, mañana.