Traigo el primero de mayo, banderas de colores, poca gente en la mani. Dicen que el trabajo dignifica al hombre, venga ya. Seis ministros había. Marisú Montero dijo "fructiferar". Los sindicatos auguran un otoño hottie. Los sindicatos defendían al trabajador, después a los sindicatos, ahora defienden al Gobierno y la semana de cuatro días.
Es el cumpleaños de mi hijo Javier, ando pensando a qué dedicaría él un día libre de la semana: a pegar a las hermanas, a perseguir palomas, a golpear los muebles con el martillo, a subirse sobre los perros, a temer monedas por la ranura del CD del coche y dar de comer galletas al vídeo. A abrir la puerta de la furgoneta en marcha o a quitarse los tirantes del asiento mientras viajamos. A sonreír, a dar besos con cabezazo, a decir hola a los viandantes con los que se cruza por la calle en su nueva moto de juguete, más guapo que Steve Mcqueen.
El uno de mayo de 2020, paseíllo de resucitados, salieron los viejitos a pasear por las aceras de Madrid tras el confinamiento e iban de la mano y vestidos de traje como si salieran de su propio entierro. En la habitación de aquella maternidad sin visita quiso nacer Javier a meter ruido. Siendo el día del trabajo y yo tan currista, me pareció buena idea ponerle Francisco a secas y que la costumbre y el cariño dieran en ponerle un sobrenombre más torero. Es lo más cerca que estuve de ponerle Curro a un hijo mío.
