Hoy traigo que por fin llegó el otoño con los primeros abrigos y el viento que envuelve la gran ciudad una efervescencia de ramas y de tremolina. Hacen su agosto los que venden sopladores de hojas y los contadores de muertos.
Hasta Putin cree que el bombardeo del hospital es un acto inhumano y de actos inhumanos, algo sabe. Putin es un connaisseur del horror, debería hacer un ranking de los actos inhumanos, como una lista Párker pero en lugar de vino, de barbarie.
500 muertos dijeron que habían muerto en el hospital. 500 muertos culpa de Israel, así, a ojo de buen enterrador y los contaban los que dudaban de los bebés decapitados. Los muertos del otro siempre parecen menos. A mí que sean cuatro bebés o cuarenta, 500 o cien muertos no me importa mucho porque todo rebasa el umbral de la ignominia.
Tenía un profesor de matemáticas que haba luchado en la guerra de Argelia y tenía nombre de veneno del KGB: Monsieur Stredinine. De todas las leyes matemáticas, me quedé con una regla bélica: Nunca dispares a las ambulancias.
A día de hoy no se sabe quién bombardeó el maldito hospital, así que andan haciendo su trabajo los sexadores de pepinazos para saber si la bomba es de uno o de el de enfrente y a partir de ahí, medir la ofensa. Hay indicios de que el cohete saliera de Gaza y fuera un bombardeo en propia meta. Lo más normal es que un hospital se bombardee por error, te puede pasar. Es difícil entrar por error en un país y tirotear, quemar, secuestrar, violar y torturar a mil civiles, así, sin querer.