Traigo que es viernes y el ministro de Exteriores ruso lo sabe. Serguei Lavrov le ha reprochado a Josep Borrell que en nuestra nación-rotonda se hayan metido entre rejas a los políticos del procès, que siempre es mejor que envenenarlos. Dice también que Europa nos lleva la contraria en la entrega de Puigdemont. Qué será lo próximo, ¿pedir que indultemos a los del procès?
La actualidad tiene el brillo exótico de lo inesperado. Karina ha soñado que pasaba por su calle un autobús en llamas. Me ha recordado a mi infancia. Nos juraron que los sueños se cumplían, pero es que también se cumplieron las pesadillas. Dicen que en la ciudad hay una plaga de ratas negras que viven en las copas de los árboles. Ahí tenemos la prueba de que una rata puede llegar alto. Dicen que son ratas gigantes, pero es que no hay ratas menudas, nadie ve una rata y dice que era una rata menuda. Si ves una rata siempre es enorme.
No hay rata pequeña, pero hay ratas presumidas, ratas de cloaca y ahora ratas que se posan en las ramas como luces de una navidad equivocada. Por la mañana, las ratas despiertan a los niños con su alegre cantar y a la atardecida, llevan en sus picos briznas para sus nidos mientras, sentados bajo el árbol, los aprendices de poetas leen versos de Ronsard escritos en jardines en los que siempre languidece una rosa y una rata. Rata lisonjeras, rata pajarillo, rata de aire de tierra y de mar y ahora de árbol. Ha dicho Fernando Simón que habrá como mucho dos o tres ratas.