Traigo apuntado que se han invertido los papeles, no los de este cuaderno, sino los de esta obra de teatro con 40 millones de actores que se llama mi Españita ingobernable y endemoniada, sanchista y pepera, bosquimana, yolandista e italiana, pero que muy italiana. Va la gente diciendo Ma qué cosa y hablando con los dedos así. Para hablar italiano, terminamos palabras en ini y ponemos los dedos así.
En Barcelona la gente va gritando: “Sánchez, mamoni, llama al Puigdemoni”. El Madrid desde Vallecas que pintó Antonio Gómez parece ahora un suburbio de Nápoles o las colinas de Imperia en la que los niños vendían hongos en las cunetas de la carretera. En un arranque como de Amarcord, el camarero Villegas de De La Riva se ha subido a un árbol a gritar "Voglio una Donna”. Todo es felliniano incluidos los pedrettes, que corren por las avenidas con sus partes políticas al aire para celebrar la resurrección del líder. Qué belo.
Una vez estuve en Italia y, viendo esos tipos tan guapos, tan bien vestidos, a medio camino entre el David y Andrea Pirlo, me dije: “Yo de ligar, aquí no tengo nada que hacer”. A veces uno tiene la tentación de desistir.
La gente de la derecha anda quitándose del twitter y se refugia en el vuelo de las palomas, las fotos del nieto que está empezando a andar, los atardeceres en busca del rayo verde.
En el PP creyeron que España estaba hasta el gorro de Sánchez por todo lo que haba hecho y se equivocaron. Ahora creen que pese a todo lo que ha hecho, España está con Sánchez. También se equivocan.
