Traigo este cuaderno de lunes sin domingo y sin Pepe Domingo Castaño. Esta mañana en la tienda se habían terminado las metáforas sobre el silencio. Los locutores no se mueren, sencillamente un día se callan, y se acabó. Después del último programa, el último comentario, y pasa así, haciendo las cosas que uno hace por última vez sin saber que son la última.
Casi me he acostumbrado a esta magia del micrófono, que no se puede explicar, esa cosa por la que estás aquí tan cerca estando tan lejos, y cuando estoy triste, tú también te entristeces. O nos reímos juntos de la misma majadería. Ahora que el día ya va barbeando las tablas de la medianoche y yo estoy aquí en el micrófono y tú, en la cama, en la calle entre farolas de soledades naranjas, acaso el ayuno de las noche del hospital que son tan largas. En qué esperanzas o disgustos, andarás, quién lo sabe,
Yo que siempre fui daltónico para el fútbol, recuerdo con Pepe Domingo Castaño aquellos domingos, de tortilla francesa de última cena, resacón, cansancio, desesperación de atasco de vuelta a casa, esas tardes con el cañón de la rutina del lunes apuntándonos las sienes. Ahí se aparecía el locutor con un fenomenal impulso y hasta yo que no distingo los colores, me alborotaba con un saque de esquina, un penalti, un purito, lo que fuera. Recuerdo con pasión jugadas maestras de delanteros de equipos que no sabía ni que existían, ni me importaba. Gloria a Pepe Domingo Castaño que me hizo vivir el fútbol sin saber ni quién jugaba.