Hoy traigo la noche de jueves de resaquilla de la remontada. Hace días que se rumorea que mañana podría aparecerse Puigdemont en España a montar el pollo final y ser el héroe que nunca fue. Porque mientras los demás pruseses comían trena. Junqueras rezaba en la celda como un cartujo y cuando Jordi Sánchez de la ANC pidió que le cambiaran de módulo porque le gritaban vivaspaña, se quejaba de que un gitano españolista le enseñaba el pene en el comedor.
Frente a esa épica genital, Puigdemont tenía un maletero. Se había escapado con el pedazo, el escolta, el abogado y el Matamala a Waterloo, que no es la fiesta del salchichón de Vic, pero bueno, el champán siempre está frío, hace cerveza con más grados que el orujo de Potes y las mujeres saben de arte contemporáneo. Estaba acabado en su propia comunidad, pero Sánchez lo resucitó con la amnistía y ahora se aparece en Argelès-Sur-Mer, iluminado, peinado y aburrido como un cristo de gestoría.
Hace semanas que vive en el sur de Francia, da mítines en una sala polivalente, yo he estado allí, la gente cree que es un cantante. Todos los grandes líderes han cruzado un accidente geográfico. Julio César cruzó el Rubicón, Alejandro el Helespanto, Sánchez cruzó la línea roja de la amnistía y Carles cruzó la calle a la patisserie.
Le esperan los Pirineos, las cumbres el Col D’Ares con sus leyendas de exiliados, de las metralletas de Macià escondidas en los pajares, su pedazo de llama del Canigó y sus yeguas preñadas en las cunetas. Allá abajo cuartel de ala guardia civil de Camprodón, absurdo como un monumento a una Españita en la que era un prófugo, y ahora es un héroe con encuestas de resultados impactantes. Si se da prisa, llega mañana a las Ventas, torean Urdiales y Morante.