Notas del 23 de diciembre, voy de excursión con Pedro Herrero al hipermercado y echamos un buen rato frente al lineal de mariscos como si fuéramos, yo qué sé, sindicalistas o algo. En realidad, los sindicalistas están en el marisco fresco. El hipermercado tiene algo de asunción de la realidad, claro que siempre podemos jugar. En las cajas del género leemos las etiquetas: sudeste del Atlántico, estos los cogieron en el Índico. Volvemos a viajar en los orígenes del género de a siete pavos el kilo que imagino pescado en aguas exóticas por las que navegan en canoas hechas con cañas mujeres con collares de flores violetas, rojas, amarillas y azules. Con estas gambas debió hacerse un revuelto Vaitiare. Somos los Robert Louis Stevenson del ultracongelado del Carrefour de Las Rosas. Este de siete euros con ochenta y ocho el kilo me recuerda aquella tarde de pesca entre Dar es Salam y Zanzíbar y este otro, la torrija que cogimos una Nochevieja frente a la isla de Tórtola y aquella alegre resaca por el Canal de Drake. La cosa, me dice Pedro, es montarse el rollo.
Algo así como la mascarilla de exteriores a la que obliga el Gobierno.Me imagino que iríamos por la calle al aire libre y nos la quitaríamos al entrar en el bar. Al fin hemos encontrado la medida perfectamente absurda. Después me entero que no habrá que llevarla en el campo ni en la playa, ni haciendo deporte, ni con convivientes. Esto es muy del sanchismo: proclamar grandes cambios y en realidad, no cambiar nada. Sánchez ha decretado la mascarilla obligatoria descontada la inflación.