Traigo las notas del 17 de junio, en la rueda de prensa en la que no dimitió Mónica Oltra sale haciendo muecas. Parece quejarse por dentro de que tener que dar explicaciones; "bah, otra pregunta sobre lo mismo", se dice exasperada. Es la última maldita. ¿A quién me está recordando? ¡Oltra es Michel Houellebec!
Me miran raro los perros con extrañeza un poco como miran a los moscardones. Somos así en casa. Paloma, de cinco años, le ha preguntado a su madre: “No sé si sé quién soy yo como persona”. Y tampoco sabe si otras personas piensan lo mismo de ellas.
La amistad con uno mismo es la que más hay que cuidar en la vida. Lo de Oltra, que parece un poco una más del bandolerismo español, en realidad es una historia con un poso triste como de mercurio. Es decir, que la que persigue a Mónica no es un tribunal, es la propia Mónica. A la caída de la noche, Oltra escucha a Oltra diciéndole que los cargos públicos imputados deben dimitir, ya sabes, los viejos demonios. Mónica, prófuga de sí misma le dice que no, que se queda para defender el fascismo. A esta edad ya he aprendido que las primeras promesas que hay que cumplir son las que se hacen a uno mismo.
Luego viene el pasado da más sorpresas que el mañana. Me estoy acordando de aquel 15M, primavera de Madrid, en Sol las manos al aire, talleres de reiki, tiendas de campaña, amor transversal. Y después las noches de gasolina y de fuego, aquella pedrada en el tobillo dolió más que las mujeres que me abandonaron. Y aquella, no sé, aquella fiesta. Se ligaba más que en Cuba. Dime a dónde fueron todos oda aquella ética, todo aquel nuevo imperio de exigencias solo pretendían derribar al de enfrente. La nueva política, qué vieja se ha hecho.