Notas del ocho de noviembre, desde que atropellaron a la niña a la salida del colegio religioso de Montealto está Madrid grave y pesaroso, como si arrastrara los pasos. Madrid de crespón y ambulancia. Se sabe que los ángeles de la guarda almuerzan pronto y ligero porque cada día curran cuando los chavales salen de clase, pero ni siquiera los ángeles llegan a todo.
Cuando eres padre tienes al menos dos corazones. Por eso vive uno como si viviera en el otro, esto es sin vivir, siempre pendiente, de si el trozo de pan que se ha metido en la boca era sido demasiado grande, de si ya son ocho días de fiebre, que si esa mancha, que si ese dolor, que si esos amigos, que si son las cuatro de la mañana y no ha llegado a casa. Del nacimiento de mi primera hija recuerdo mirar la cara del pediatra en el paritorio. Si ese tipo está tranquilo, yo también, pensaba. Desde entonces, acostarlos cada noche es nuestra gran victoria. Un cuento, una nana, un beso y una oración. Sabes en el fondo que del horror te separa una palanca de cambios mal puesta. Sabes que ese momento, de alguna manera, sería el final. Por eso cuando dicen que si atropellan a tu perro como si atropellaran a tu hijo, dices claro que no. Cuando atropellan a un hijo es como si atropellaran un poco al tuyo. Eso sí.
Es lunes padre de todos los lunes. Al oeste de la ciudad, he visto cigüeñas volando en círculos como si fueran buitres. Cuentan que la madre de la niña fallecida, después de despedirla, se levantó y abrazó a la madre que acababa de atropellar a su hija para consolarla. Las dos se llamaban María. Pisamos suelo sagrado.