Traigo apuntada la operación salida, de vacaciones, gasolinera, atasco y niños preguntando Papá, cuánto falta. Por Madrid esparcieron cenizas repentinamente y ahora va la derecha en una confusión y un desencanto que queda a medio camino entre las confesiones de San Agustín y haberte encontrado a tu mujer con otro en la cama. Cruzan los pasos de cebra mientras trazan en el aire circunferencias, musitan cálculos sobre el voto extranjero y razonamientos de si, sí, o no, no fíjate en esto y en lo otro y en lo del PNV.
Mi Españita, ese conflicto interior. Terminamos peleando con los mundos que son los nuestros. Fíjate que el PNV ha dicho que han conseguido parar a la derecha, como si ellos fueran otra cosa que la derecha. Tanto han parado a la derecha que han parado a su partido. Reconozco que el PNV me suscita una melancolía otoñal. Bildu les ha comido las alubias, que allí se llaman babarrunak.
Aquellos fenomenales gimnastas políticos ya solo brillan en destellos. Andan por ahí lentos y torpes como esos delanteros que se ponen gordos. Qué fue de aquellos días galácticos del Euskadi Buru Batzar, capaces de pactar con todos y ser hegemónicos, poco pelo, buena gestión, concesiones, leyes viejas, ahora andan en el macetohuerto de malasaña, la subida del impuesto a los ricos y la batucada. Se jactan de parar a Vox, pero si lo piensas, Vox lo crearon ellos cuando dieron vida a Frankenstein, validaron los extremos y España comenzó a bailar esta trikitrixa que veremos cómo, cuándo y dónde termina, si es que termina, como esta temporada a la que este cuaderno pone un punto. Un punto y final.