He apuntado en el cuaderno el requiem por el final de Podemos un poco como el final del verano, llegó y tu partirá-as. Este partido siempre tuvo un punto de pandilla, paseo en bici, de verbena, y siete u ocho pares de cuernos. Ione sacrificó a Irene Montero como en una matanza en pasivo agresivo. Yolanda exigió la cabeza de su compañera y Ione se la sirvió porque venían a decirnos cómo cuidar, cómo querer, cómo amar y toda esa cosa de la sororidad.
Del partido que iba a conducirse sin trampa, sin velos, se puede explicar su historia por el rastro de ropa por el suelo. Es una metáfora, claro. Luis Miguel Fuentes, que es el que hace las mejores metáforas de España, dice que para arreglar lo de Sumar, Podemos llamó a sus bases y no sabía ni dónde estaban, un poco como cuando necesitas el manual de instrucciones de la lavadora.
Me acuerdo de cuando aparecían en aquel piso de Lavapiés, se servía el azúcar en el paquete del azúcar, veían el partido, se pasaban la bolsa de patatas, después vinieron la mucama del Ministerio y el Chalé en la Navata. Aprendieron a cabalgar contradicciones y la altura a la que conviene cortar el césped del jardín. La nueva política se ha hecho vieja de repente. Creían que a nadie le iba a importar.
Pasaron de la gente, a su gente.
De la barricada al escaño.
De rodear el Congreso a atrincherarse dentro.
De la acera de Vallecas a Nueva York, ¿sabes?, no se está tan mal.
De asaltar los cielos, al coche oficial,
De la coleta al flequillo.
Nacieron en Caracas y murieron en Magariños.