Hoy he apuntado que no sé qué tiempo hará en Valladolid, si habrá entrado en Campo Grande el invierno de Pucela, que es cuando te entran ganas de comprarte abrigos y zapatos con suela de goma. En Waterloo asomaba Santos Cerdán, sol del sanchismo, a pedir formalmente la investidura a cambio de la amnistía y lo que le cuelga.
Dijimos que no iban a poner un relator. Dijimos que no pactarían con Bildu. Dijimos que no indultarían a Junqueras, que no eliminarían el delito de sedición, que no rebajarían la malversación y nos equivocamos. Los que no somos creíbles somos los demás y no Sánchez. Dijimos tantas cosas… Hay quien dice que no habrá referéndum.
Yo a Waterloo le imaginaba cortinones y chimenea, pero Puigdemont los ha recibido en las oficinas de Junts en el Parlamento que por dentro tienen un punto como de saloncito de embajada de un país comunista, frío de neón casi de comisaría iraní. Puigdemont le ha puesto a Santos Cerdán una foto del uno-o en la que una multitud pasea en impetuosas volandas una urna china como si la urna fuera la Virgen del Rocío. Como el cuadro de Las lanzas, pero al revés. Puigdemont aparece alborotado y contento, algo despeinado y jolgorioso como si viniera de comer.
Dice Sánchez que lo de la amnistía es el principio y lo hace por España, esto es por él, porque para Sánchez, España es él. Al que se sacrifica a sí mismo por salvar a su país se le llama estadista; al que sacrifica a su país para salvarse a sí mismo habrá que ponerle un nombre.