Traigo que es jornada de reflexión, transformación y resiliencia. Andorra le da una victoria cósmica del PP. A Ayuso le echan piropos los taxistas, los músicos y los robots humanoides. “Ha venido usted muy guapa”, le ha dicho Sophía la maquina que contará los votos, las votas y los votes. Isabel Díaz Ayuso mira las cosas como si las viera por primera vez: los taxistas cuando le tocan la bocina, los juglares de los semáforos, los chavales de los pantalones de pitillo, los supercontagiadores, los enfermeros, los toreros, los camareros que se rascaban las sienes con el cañón de la pistola y Gabilondo citando a Hegel.
Igual es que alguien tocó lo que no debía. Igual es que Madrid se sintió insultada cuando en el Retiro caían tres aviones al día y la muerte con sus ametralladoras tomaba posiciones entre los bloques de la M30. Madrid sucia, contagiosa, ultraliberal, golfa y borracha, le dijeron. Igual a alguien se le fue la mano y de aquella persecución bíblica emergió Santa Isabel, mártir, patrona de Madrid, Lourdes con chulapos y milagro de San Jorge y el Dragón donde Ayuso es San Jorge y Sánchez e Iglesias, el dragón.
Ayuso guarda en un relicario un cribado de Vallecas, una hormigonera del Zendal, el flequillo de un francés, un bidón de lágrimas, la falsa sensación de confianza y, pinchada en un corcho con un alfiler, la mariposa que aleteó en Murcia cuando la moción de censura. También dos goterones de rímel corrido el día en que lloró en La Almudena por su primo y la acusaron de montar el número. Parece que la jornada de reflexión fue antes mismo que la campaña.
