Traigo que la primavera espera a las puertas de la cárcel. En Ponent ha entrado el raperillo del antifa. Hasel es ya una estrella del showbusiness. Tiene la fama; las ventas van un poco peor. Su abogada es su novia, no es tierno? Asegura que ha pedido estar solo en la celda porque no sea que pongan a dormir junto a su rapera haselidad a un proletario.
Jordi Sánchez se quejaba mucho de que le dijeran cosas constitucionalistas, y de que había un gitano que le enseñaba el pendón de su españolía. Hasta los asesinos se quejan de que en la trena el patio es pequeño y el guardia tiene malas pulgas y la comida no se la darían ni a su perro.
En la cantina del constitucionalismo sirven filete de brontosaurio -Habrase visto-, y en Urquinaona, pastelitos de piedra en toda la boca de los mossos. Y en esa revolución Hasel se niega a limpiar, se niega a llevar mantas, se niega a claudicar ante la fuerza represora de España. Hasel es cantante: a ver porqué no iba a exigir una suite Hasél: huevos benedictine, doce tulipanes en el quicio de la ventana del chabolo, sábanas de hilo egipcio, cama queen size y una botella de agua ‘petillante’ de algún manantial de Hawai.
Rivadulla me recuerda mucho a aquel monje que podía decir dos palabras cada diez años. A los diez años dijo Sopa fría. A los veinte años dijo: “Cama dura” y a los treinta pronunció Me voy, y el abad le contestó: “Ya te puedes ir que desde que llegaste no has hecho otra cosa que quejarte”.