He apuntado que en los supermercados van a poner una caja más lenta para que la gente pueda hablar.
Cuando llegué a vivir a Cádiz, me hablaba todo el mundo. Un día, paseando junto al mercado, me agarró de las solapas un hombre mayor, desdentado, flaco y mal vestido, puso su cara delante de la mía y me gritó con los ojos muy abiertos: “¡Están vivos!”. Cuando le pregunté que quién estaba vivo pensando si sería Elvis o quién, me señaló la cajita que tenía al lado y me respondió: “¡Están vivos, los camarones!”
Ahora siento esa necesidad y quiero saber cosas de los cajeros. ¿Serán de derechas como los taxistas? ¿Acaso voten sanchista o yolandistas de sumar de sumar? Quiero saber si aquel ha leído a Marcuse o si, el día de Navidad por la mañana, mientras recordaba a su padre, se sintió terriblemente solo. Si los rostros de los que miran a través del cristal del autobús le inspiran eso que inspiran los perrillos de los escaparates de las tiendas de animales.
En realidad no me gusta el tofu, ni necesito tanto papel de culo, ni me voy a comer esta mortadela; solo quería saber: Oiga, Ceferino, ¿A usted su nombre le gusta o es le gustaría llamarse de otra manera? Ahora que lo pienso, si el cajero cobra por conversar, ¿no será una conversación artificial? También en lo de los neones siempre hubo gente que pagaba por hablar.
A ver si en lugar de la cola de los solitarios, será la cola de los pelmas. Habrá que tener cuidado, no sea que el cajero en lugar de simpático sea un pesado y uno, yendo a hablar al final no vaya a salir salga hablado.