Traigo las notas del martes uno de marzo, día y mes de la guerra. Si posas la oreja en las aceras del Paseo del Prado, se escucha el convoy de ruso que se dispone a arrasar Kiev. Como la caracola del mar, pero al revés. Los países de Europa va a enviar armas a Ucrania salvo España, que mandará ayuda humanitaria las pandereteiras y una cinta de James Rhodes. El sanchismo teme más a Yolanda Díaz que a Vladimir Putin.
Desde que dejó el poder, Pablo Iglesias se ha puesto postimpresionista. Ha dicho que no se puede dar una visión romántica de la resistencia de los ucranios porque cuando un hombre mayor se dispone a luchar contra un ejército entrenado lo que viene, dice, es una tragedia. Una tragedia, un suceso luctuoso fruto de la suerte. Qué le vamos a hacer. Te viene la riada o te invaden el país y te bombardean con misiles un poco como cuando te cae una teja. Hay que tener cuidado con el heroismo.
A Iglesias -que no teme encasillarse en el papel de miserable-, le emocionaba aquel manifestante de Madrid que pateaba la cabeza de un policía nacional. No se vayan a a poner sentimentales ahora con un chico ucraniano que deja a su mujer y sus hijos para defender Kiev.
Ahora que me acuerdo, en España eras un héroe por dar de comer a los gatos. La revolución era sacarse las tetas y cobrar cuatro mil pavos al mes en el congreso con coche oficial dietas de desplazamiento. El chalé en La Navata con un seto de dos metros, tinaja en la piscina, segadora eléctrica y mucama del ministerio de Igualdad constituía la libertad de los pueblos oprimidos. Si sales a parar un tanque con un cóctel molotov, dicen que eres bobo.