Última página de este cuaderno. Nadie llega al final de un camino. Las cosas en la vida no llegan a puerto, todo lo bueno cuando se acaba, naufraga.
Hasta aquí llega el rastro de tinta, de sangre, de lágrimas, de vino y agua de mar. De niños saliendo del colegio, el niño Oleg que me dio la mano cuando huía de las bombas de Ternopil y el niño Javier que nació entre los ataúdes.
Traigo antiguas maldiciones, la tristeza y miedo que siempre parecen nuevos y la vieja y bendita esperanza. Y a mi Españita que es tan bonita y que me duele como por aquí. Traigo héroes, asesinos, santas y meretrices, miserables con coche oficial, rasponazos, volcanes, narcisos y el fin del mundo cada tres días. Traigo al Santísimo Cristo de la Acera de Bucha, hombres-bonzo, dictadorzuelos, Nerones, masaje cardiovascular, llantinas, nombramientos, coplas, muertos del asco ¡Biberones! Burros de los que bajarse, guindos de los de caer, comuniones con ruedas de molino.
Si en algún momento, a usted le he ofendido, no se apure, este cuaderno no hay que tomarlo muy en serio ni tampoco muy en broma.
El mundo de cerca es un lugar rarísimo pero a esta bola de fuego lanzada por el vacío a miles de kilómetros por hora nos atrevemos a llamarla casa porque hay que dormir por la noche, desaparecer, olvidar y olvidarse. La vida hay que vivirla y morirla y contarla y después dejar que se borren las palabras.
Seguiremos hablándole a este bendito micrófono verde ante el que me siento por tu culpa, querido Juanra Lucas, pero es hora de elegir la última palabra. Cada noche te has despedido diciendo que has aprendido mucho de nosotros y los que hemos aprendido hemos sido nosotros de ti. Gracias y hasta pronto.