En un periódico que yo me sé, al morir Carmen Martín Gaite, el que maquetó la página dejó una perlita. Por error llegó al quiosco y bajo el titular de ‘Muere Carmen Martín Gaite’ se leía: “Con lo buena que era”.
Decía Jardiel Poncela que los muertos, por mal que lo hayan hecho, siempre salen en hombros. En España hemos sentido mucho lo de Isabel II. Tanto, que hay gente más triste por la Reina de Inglaterra que por su abuela de la que, después de morir, dijeron: “Bueno, ya estaba mayor”.
Hoy nos hemos hecho mayores nosotros. Vamos a enterrar un tiempo que termina. Lloramos por nosotros y no tanto por ella. En su sermón de la muerte en la Catedral de San Pablo en Londres, John Donne dijo su famosa frase: “No preguntes por quién doblan las campanas. Están doblando por ti”. También advirtió contra el vicio de tomar prestadas las miserias ajenas, como si no tuviéramos suficiente con las nuestras.
La tentación es fuerte. ¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? Y al fin y al cabo, al exhibir esta melancolía desproporcionada creemos formar parte de la historia, que siempre pasa de largo. Podremos decir: “Yo estaba allí”. En realidad, todos estábamos allí, y esto no representa mucho mérito. Pero estar aquí muy compungido le añade al asuntito un toque trascendente. Quizás demasiado. Me estoy imaginando a la propia Isabel II que era de emociones tan contenidas, observando desde lo alto a toda esa gente que, de tanto llorar -pensará-, se está poniendo feísima.
Y usted se preguntará de qué hablaremos cuando termine el luto, si acaso pasaremos a otra cosa y olvidaremos a la vieja Reina. No se apure, no sucederá hoy. Eso será… mañana.