Traigo las notas de este cuaderno escrito desde la buhardilla de la ciudad confinada. Atardece Madrid, solaz del Estado de las Autonomías, del Estado de Alarma y de este Estado de buah, macho, pero qué pasa. Madrid, macho, esto; macho lo otro, oso, madroño y un policía Nacional abriéndote el maletero en el checkpoint de la A5. España vive el Puente de la Hispanidad y Madrid el Puente de la Hispanidad sobre el Río Kwai.
Ya habrá llegado la prima a Talavera de la Reina y las niñas del parque y habrá salido el BOE que no cesa a hablarnos de lo perimetral.
7.000 agentes desfilan por las aceras de la ciudad diezmada, de invierno a las puertas, ventanilla abierta, sirenas, sanciones y virus de media veda. Puente también de Semana Santa, con recurso a Poncio Pilatos y chicotá de la Virgen de los Dolores según Isabel Díaz Ayuso incorrupta.
Viene James Rhodes de organillero y el general Grande Marlaska, también. Illa, de normal tan cortés, viste de sargento de la Guardia Civil y como dice Miguel, Illa es catalán, pero dice Madriz. Porque el madrileño y la madrileña, porqué no, es un animal que encuentra acomodo en cualquier parte. Ahora le ha cogido el punto a esta ceremonia rebelde, entre la euforia de la celebración en la Cibeles y el escurridizo encanto de balcón del Palau.
¡Qué horror, la gente de Madrid yéndose de puente!, se lamenta mi Españita mientras se va de puente, de Puente sobre el Río Kwai.