Hablar es darle eco a las ideas.
Es la reconversión de los gemidos.
Del suspiro que un día se desvela
y rompe la barrera del sonido.
Hablar es un recurso necesario
siempre que no empeores el silencio
o le des una coz al diccionario.
Y es que, a palabras sordas, oídos necios.
Lo peor es hablar sin decir nada.
Ese hablar por hablar, un tanto atroz,
de los que se dedican a hacer babas
encantados del ruido de su voz.
Es cansino el discurso inamovible
que, atrapado en un círculo vicioso,
está en boca de un bobo incorregible
o un salvador del mundo sospechoso.
Es harto insoportable el parlamento
de quien cree poseer la razón pura.
Pesado, inasequible al desaliento
sin discurso, sin lógica, sin cura.
Dior nos libre de los incontinentes,
de los que nunca ceden la palabra,
de los estúpidos impertinentes
y de los que se creen que el gato ladra.
De sujetos así nadie nos salva,
de su haber no nos libra ni Caín.
De los que la ocasión la pintan calva
para poder hablar del peluquín.