Las personas sensibles y auténticas se cuestionan su valía y pueden sentir que son un fraude; al contrario de quienes se creen por encima de los demás, y tratan siempre de aplastar e imponerse. Es el Síndrome del Impostor.
En un principio se creía que afectaba más a las mujeres pero se ha comprobado con estudios recientes que afecta por igual a hombres y mujeres. Lo fundamental es la inseguridad. Tras un bache dudan de todo e incluso de su inteligencia y piensan que todo lo que hacen es gracias a la suerte. Estudios hablan de que al menos 7 de cada 10 personas lo han pensado alguna vez en su vida aunque solo un 15 por ciento lo tienen de manera crónica.
Hay tres perfiles principales en los que es común el Síndrome del Impostor. Personas competentes y muy perfeccionistas. Personas con perfiles técnicos como ingenieros, desarrolladores de software y estudiantes, especialmente doctorando. Los que lo sufren se agrupan en dos categorías, los que se rinden y los que lo atacan. Los primeros se conforman con lo que tienen para seguir escondidos. Los segundos invierten gran cantidad de esfuerzo y tiempo en la revisión de los trabajos.
Puede afectar mucho en las relaciones de un jefe con sus empleados. Si un directivo es cercano a la evitación tendrá problemas de falta de visibilidad y de promoción. Otros problemas pueden ser de ineficiencia. Ellos lo pasan mal y también sus colaboradores. Para superarlo hay que interiorizar que el éxito no se debe a la suerte o la incompetencia de los demás sino a tus propios méritos. Sesiones de feedback funcionan muy bien porque es aplastante los argumentos.
Lo contrario es el trastorno narcisista de personalidad. Piensan que son únicos y que nadie puede juzgarles. Cuando tienen poder son muy peligrosos y a nivel social insoportables.