La vida apareció en el océano, pero eso no significa que todo el océano sea apta para la vida. La mayor parte de los océanos son, de hecho, desiertos: desiertos que no están hechos de arena, sino de agua.
Sólo el agua no basta para que florezca la vida. La vida necesita productores, como las plantas; desde nuestro punto de vista de animales, necesitamos… alguien a quien nos podamos comer. Y eso, en los océanos, significa que necesitamos luz del sol, que es la que permite que algas, bacterias y plantas crezcan. Ya sólo con eso quiere decir que la vida por debajo de 200 metros lo empieza a tener complicado. No porque no se pueda vivir, sino porque la comida escasea. Fíjate lo que significa esto: como la profundidad media de los océanos es de 3.700 metros, limitarnos a los 200 metros de la superficie es descartar el 95% del volumen del océano.
Pero que sea difícil vivir no quiere decir que sea imposible, ¿verdad? No, efectivamente: por eso hablamos de desiertos. En el Sáhara hay bastante más vida de lo que parece; pero como en los desiertos del océano, ha de ser vida muy adaptada, que sepa muy bien lo que está haciendo, para poder sobrevivir. Hoy voy a utilizar como ejemplo a uno de los habitantes permanentes del desierto, un auténtico especialista que es, además, un bicho increíblemente guay: los larváceos.
¿Cómo son, dónde viven estos larváceos? Su aspecto puede recordar al de un renacuajo, con un cuerpo rechoncho sin patas y una cola larga. Son parientes de los vertebrados, pero no tienen columna vertebral; eso sí, su cola está recorrida por un cordón como de cartílago que es el mismo órgano que en nosotros forma la columna vertebral. Viven en la zona de aguas abiertas: lejos de las costas y lejos también de la superficie. Algunos llegan a vivir a 1000 metros de profundidad. Los larváceos llevan miles de generaciones viviendo en un mundo formado exclusivamente por agua: la tierra firme, o la ladera de un monte submarino, les parecería un paisaje extraterrestre.
¿Y qué comen? Son filtradores de agua. Hacen pasar agua por su boca para capturar las pequeñas partículas de comida que pueda haber en ella. Pero claro, si vives a 500 metros de profundidad… no es que tengas muchas partículas de comida. Lo único que te queda es lo que va cayendo de arriba, una especie de “maná” de materia orgánica que incluye bichos que se van muriendo o incluso la caca de otros animales. Y no llega en grandes cantidades, precisamente: son pequeños copos muy dispersos y si tú eres un renacuajo de pocos centímetros… casualidad será si te encuentras alguno.
¿Y qué hacen para localizarlos? Ésta es la maravilla de los larváceos: recurren a la arquitectura. Cada uno de estos bichitos segrega una especie de moco que forma un habitáculo a su alrededor. El habitáculo consiste en una burbuja grande que recoge cualquier cosa que haya en el agua y unos conductos en el interior que llevan todo ese cargamento a la boca del larváceo. Y poca broma con los conductos, que son una verdadera obra de ingeniería; dentro de un poco tuitearé alguna imagen. El larváceo, desde el centro del habitáculo, usa su cola no para nadar, sino para mover el agua dentro de los conductos de forma que la comida vaya directamente a su boca. A esta estructura hecha de moco la llamamos la casa del larváceo, y puede llegar a medir ¡dos metros de longitud! Claro, con una “red de pesca” de dos metros ya se consigue una cantidad interesante de comida.
¿Y pasan toda su vida en estas “casas”? Es que eso es aún más increíble: ¡cambian de casa cada 10 ó 20 horas! Claro, como está hecha de un moco muy poco consistente se puede romper fácilmente, o simplemente se llena de porquería y deja de fluir el agua. Así que cuando la casa ya no le sirve… el larváceo sale de ella y construye una nueva. Más o menos una vez al día, casa nueva y a seguir comiendo. Pero espera, porque este comportamiento tiene consecuencias a escala planetaria.
Las casas abandonadas por los larváceos caen hacia abajo… junto con toda la comida que no ha llegado a su boca. ¿Y sabes quién está también muy canino en estos desiertos del agua? Los animales de los fondos oceánicos, en donde tampoco hay algas ni plantas y dependen casi por completo de lo que cae de arriba. Pero los seres abisales tienen un hándicap aún mayor: que el “maná” de la superficie tarda semanas en llegar a allá abajo, y en ese tiempo hay colonias de bacterias que se comen casi todo. A los pobres del fondo les llegan las sobras de las sobras. Durante décadas los científicos no entendían muy bien cómo podían sobrevivir. Si ahí no debería llegar comida suficiente. ¿Cómo podía haber tantos animales en el fondo del mar? Y la respuesta son los larváceos.
¿Por las casas que ya han usado y que caen al fondo? Hasta la década de los 2000 no se sabía muy bien cuántos larváceos viven en el océano. Pero claro, ahora se sabe que el hábitat de los larváceos es el 25% del volumen oceánico, y son muy buenos atrapando comida, así que son legión. Una estimación nos dice que cada día se abandonan cuatro casas de larváceos sobre cada metro cuadrado del fondo. Cada día cuatro casas caen en cada metro cuadrado, fertilizando una región que, de lo contrario, sería inhabitable. No se sabe con precisión, pero las casas pueden suponer el 30 o incluso el 50% de la materia orgánica que llega al fondo. Estos arquitectos de las aguas abiertas, que no saben lo que es una roca o lo que es el suelo, y a los que casi nadie conoce, son los auténticos benefactores, los mecenas de los fondos abisales.