Dos funcionarios, los odiados funcionarios europeos, los más odiados por los brexiter, han sido los encargados de plegar la enseña. Ahora queda un camino más retorcido que el cauce del Támesis y con obstáculos más empinados que los acantilados de Dover. A los europeos se nos olvidó lo que dijo Lord Palmerston, varias veces primer ministro de su Graciosa Majestad: “Inglaterra no tiene amigos ni enemigos permanentes, Inglaterra tiene intereses permanentes”
No hay que olvidar que el 50% de las exportaciones británicas vienen a Europa. Los mismos conservadores que lucharon a brazo partido en los años sesenta para entrar en la Unión Europea, los torys, son ahora los que alejan al Reino Unido. Los escoceses quieren revitalizar el muro de Adriano pero para volver a Europa mientras Downing Street intentará salvar la joya de la Corona, la City de Londres, uno de los tres principales centros financieros del planeta.
Las autoridades británicas hablan de un Singapur bajo la sombra de la Torre de Londres. Pero allí, bajo su sombra cayeron muchas cabezas, la mayoría políticas. En estos 47 años Gran Bretaña jugó, curiosamente, al superado catenaccio italiano.
Siempre frenando el avance político y social de la Unión Europea. Únicamente apostó por la ampliación hacia el Este porque retrasaba la frontera rusa y porque diluía la predominancia del tánden franco-alemán. Ahora con Londres de retirada, con Italia paralizada por sus óperas políticas y con España atrapada por sus fantasmas centrífugos, el eje París-Berlín adquiere nueva relevancia. Y si no hay frenos, a lo mejor incluso se avanza más deprisa hacia una verdadera y democrática Unión.