Hoy hemos tenido pleno en el Congreso de los Diputados, donde a estas horas sigue allí Peláez.
"Aquí sigo. Y mira qué horas. Hoy la sesión ha sido apasionante, mira, apunta. Hemos empezado con el debate de las enmiendas mantenidas al Proyecto de Ley Orgánica del Derecho de Defensa.
Hemos seguido con el debate de la enmienda a la totalidad de la Ley de medidas en materia de eficiencia del Servicio Público de Justicia. Una autentica gozada, como te puedes imaginar. Pero es que hemos terminado el día con el debate de las enmiendas de la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial y del Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal. Inenarrable.
Yo cierro los ojos, pienso en una manera más aburrida de pasar una mañana de julio y, sinceramente, no se me ocurre. Quizá un partido de la selección inglesa de futbol. O un debate sobre los límites del humor. Ha sido duro. Imagínate hasta qué punto que cuando me he querido dar cuenta no había nadie más que yo en la tribuna de prensa.
No es una manera de hablar, estaba solo, con la tensión arterial en mínimos, como las zarigüeyas esas que se hacen el muerto para ahorrar energía. Los diputados me miraban como se mira a un perrillo abandonado en el medio de la autopista, preguntándose que narices hará ahí el tío ese, tomando notas de la nada más absoluta, como si estuviera dentro de una novela de Onetti. Y cuando me he dado cuenta me ha dado un poco de vergüenza y me he ido, por solidaridad.
Me he ido disimulando, es cierto, silbando, con las manos en los bolsillos. Pero he llegado a los pasillos y…. eso era otro mundo. Hoy en los pasillos del congreso había mas gente que en la estación de metro de Sol. Definitivamente era día de corrillos, no de hemiciclo. A nadie le importaba las enmiendas de no se que proyecto de ley ni el debate sobre vete a saber qué reglamento.
Hoy solo importaba la ruptura de los gobiernos regionales. Y los pasillos eran una gymkana de periodistas buscando a alguien de Vox. Pero los que había, no querían hablar, así que se quedaban al resguardo en el otro edificio, mirando a esa nube de periodistas del fondo como una gacela mira una manada de pumas. Hasta que ha llegado Abascal y ha dicho lo que ha dicho.
Y a partir de ahí, el resto de la mañana ya no tenía demasiado interés: los que nos interesaban no querían hablar y los que querían hablar no nos interesaban. Esto último es gracioso. Hay que ver la cara de decepción que tenía, por ejemplo, Yolanda Díaz, cuando pasaba al lado de los periodistas y veía que nadie le hacía caso. Tanto que volvía con cualquier excusa, bajando el ritmo, como dándonos otra oportunidad. Y nada, cada uno a lo suyo. Solo le ha faltado abrir la cola, como un pavo real, y anunciar su presencia con un amable glogloteo.
Aun así he hablado con mucha gente. Pero no porque me interesara mucho, lo he hecho solamente porque si no me tocaba subir a escuchar las enmiendas a no se que proposición de ley. Y la verdad es que he acabado cogiendo tanto cariño a los pasillos que aquí me hallo aun, tumbado debajo del busto de arguelles.
Se me vienen a la cabeza aquellas guerras entre liberales y tradicionalistas del siglo XIX. Y pienso que si el bueno de Arguelles levantara la cabeza se sorprendería al comprobar que, 200 años después, el conflicto de fondo no solo sigue siendo el mismo sino, además, entre los mismos".