Con Laura Falcó Lara conocemos en 'Ecos del Pasado' algunos de los museos más tenebrosos, insólitos y misterioso del mundo. Uno de los más llamativos es la Casa Museo del Terror en Lima (Perú). Apilada en seis cuartos de una vivienda ubicada en San Miguel en Lima. Allí se halla una vasta colección de objetos tenebrosos que desafiaban la clasificación y que son un reto al estómago. Hay muñecos de películas de terror, máscaras deformes, pinturas enfermizas, antigüedades espeluznantes, chichobellos quemados, payasos diabólicos, tablas de ouija y demás cosas que harían salir huyendo a un exorcista.
Unas tablas de ouija algo chamuscadas llegaron a su puerta con una nota sonde decía que fueron sacadas del incendio de Mesa Redonda. El incendio de Mesa Redonda es como se conoce al siniestro que tuvo lugar en una zona céntrica de Lima, ocurrido a las 19:15 del sábado 29 de diciembre de 2001. Hubo más de 500 heridos por la explosión de un arsenal pirotécnico ilegal.
Pese a todo esto, Emilio Obregón, el dueño y creador del museo, era un tipo tranquilo y amigable, un típico hombre de familia, con hijos, esposa y un pasatiempo. Su apariencia 'normal' desafiaba los prejuicios que un dueño de material así podría despertar. No le gusta el ocultismo. No cree en videntes, era su refugio de entresemana contra la modorra burocrática y el aburrimiento de Lima. Esos días terminaron cuando inauguró el dichoso museo.
Extraños sucesos dos años después de su apertura
Dos años después de abrir el museo, Emilio dice que necesita hablar de lo que allí ocurre. Hay cosas raras que están pasando en el que fuera alguna vez su rincón favorito, que le han quitado toda tranquilidad. De hecho, luce una pequeña marca en su frente que salta a la vista y que cree que es fruto de ese cúmulo de desafortunados incidentes que pasan en el museo desde que lo fundó. Una picadura de araña ocurrida este año lo dejó fuera de combate por un mes y literalmente lo marcó de por vida, dejándole una diminuta letra 'R' en la frente, como extraño recuerdo. "Un día, aquí en el museo, maté un arañón enorme. Y al día siguiente me pica una casi idéntica en mi casa", dice.
En 2017, cuando abrió su pequeño local, Emilio era el valiente encargado de apagar, una a una, todas las luces de su museo, cuando los visitantes se habían marchado. Para él era un trámite sencillo, recuerda, que ahora ni loco volvería a hacer. Cuando tiene que salir del lugar, prefiere dejar las luces encendidas y apagar la llave general desde la calle.
Todavía más extraño: cuando está solo prefiere poner salsa a todo volumen, algo que nunca hacía, para que el sonido de los metales conjure con su alegre estridencia esa atmósfera húmeda y de por sí pesada.
Todo cambió para Emilio cuando empezaron a llegar "esos objetos", dice. Objetos que él no había pedido, ni comprado. La gente se empezó a pasar la voz de que había un coleccionista de cosas raras en San Miguel y empezaron a llegar hasta allá para dejarle "objetos cargados" o negativos, que no querían tener en sus viviendas. Emilio asegura ser un tipo racional y escéptico, como su formación en números o su trabajo en finanzas de una AFP podrían atestiguar. Pero han pasado cosas que le hacen cuestionarse su realidad y concepción de las cosas.
Hay muñecos que se cambian de lugar, dice. Una mañana encontró la pesada gárgola de cemento de su sala girada por completo, cuando nadie más que él tiene las llaves del museo. Estas conforman un pesado manojo de 12 llaves. Mover esa gárgola solo es complicado, pesa un montón.