Tras reconocer su primera experiencia todo se desencadena a gran velocidad, como si un “virus” afectara al entorno de aquellas dos muchachas. Pocas semanas después, los seis jóvenes viven –y sufren– inquietantes éxtasis al tiempo que reportan más visiones de este tipo. Es a partir de ahí –debido a las sorprendentes características de los éxtasis– cuando comienza una investigación única en la historia.
Como en cualquier lugar en donde ocurren este tipo de hechos se genera un fulgurante fenómeno social. Pese a que el ateísmo y el islam son las corrientes religiosas propias del entorno, los católicos de Yugoslavia encuentran allí se pequeño Lourdes. Lógicamente, la Iglesia decide iniciar una investigación de los hechos desde la perspectiva de la fe. Los eventos parecen reales, pero ideológicamente presentan aristas difíciles de asimilar para el Vaticano, desde cuyos despachos se ordenada la creación de una comisión de 15 personas que deben evaluar los sucesos y aprobar o no la realidad de las visiones divinas. Once de los miembros del grupo examinador votan en contra.
La Iglesia no aceptó la realidad –en cuanto a su naturaleza divina– de las apariciones, pero algunos científicos sí encuentran en aquellos éxtasis algunas características dignas de ser estudiadas. En concreto, dos científicos franceses –los médicos René Laurentin y Henri Joyeux– son los que deciden abrir un expediente insólito y único.
Por su experiencia, los médicos saben que los videntes, en este tipo de casos, son muy reticentes a someterse a experimentos científicos. La razón es sencilla: muchos casos de estas características no sólo no son auténticos, sino que esconden turbios intereses económicos. Pero en Medjugorje ocurre lo contrario, porque los seis videntes admiten cualquier investigación que aclare qué les ocurre cuando de forma repentina sufren éxtasis y quedan fuera de sí, fijándose en un punto concreto frente a sus ojos en el cual nadie ve a nadie, salvo ellos. Además, cuando tras los éxtasis describen las figuras que aseguran haber visto, los seis siempre coiciden en sus explicaciones, pese a que fueron vigilados para que no intercambiaran impresiones tras los éxtasis antes de “declarar”.
Los investigadores franceses trasladan hasta la aldea todo su equipo técnico. Su objetivo es el siguiente: establecer un control médico exhaustivo de los videntes mientras sufren los éxtasis, pero a cada uno por separado. Será una imagen insólita y nunca vista antes en la historia: unos videntes con multitud de cables en torno a su cabeza y diversas máquinas controlando sus cerebros. Se realizarán sobre ellos diversas pruebas: electroencefalogramas, electrocardiogramas y electroculogramas. Por un lado, los dos investigadores pretenden controlar la actividad cerebral durante los éxtasis, que los videntes sufren de un momento a otro; oran están en “este plano”, ora no. Lo que descubren es inquietante. Por un lado, averiguan que los seis sufren el comienzo del éxtasis al unísono. Concluyen que es imposible hacerlo de forma intencionada con semejante precisión y simultaneidad. Además, averiguan que cuando tiene lugar el éxtasis, sus ritmos cerebrales se modifican de forma notable y de un modo que es imposible de controlar, situándose de pronto en estado alfa, que es el que está asociado a los procesos de meditación.
Los investigadores también realizan un control exahustivo de todos los movimientos que efectúan los videntes durante los éxtasis. En un primer lugar, observan cómo los seis parecen seguir con la vista un mismo objetivo, lo cual fue confirmado gracias a los instrumentos técnicos utilizados. Lo hicieron hasta el extremo de que pudieron asegurar que los seis efectúan los mismos movimientos y reaccionan del mismo modo ante un estímulo invisible pero que provoca en ellos idénticas consecuencias. “No son alucinaciones en el estricto sentido del término”, aseguraron los dos investigadores franceses.
Finalmente, en su informe, los estudiosos galos llegan a las siguientes conclusiones: “Los meticulosos estudios dentro y fuera de laboratorio, no permiten afirmar científicamente que durante sus éxtasis no se encuentran en un estado de catalepsia, ni durmiendo, ni soñando, según las pruebas obtenidas por el electroencefalograma. No hay alucinaciones, no hay histeria, neurosis o patología alguna. Los músculos funcionan normalmente”. En conclusión, afirman que sufren un fenómeno real, desconocido, pero auténtico a todos los niveles. Lo que ven o no ven ya no era motivo de discusión, pero sí se pudo certificar que los seis muchachos estaban viviendo algo real, estuviera fuera o dentro de su mente.