El arqueólogo, naturalista y explorador Jordi Serrallonga presenta en 'La rosa de los vientos' Dioses con pies de barro, el libro donde reflexiona sobre la situación de la especie humana en un planeta donde la evolución biológica es imparable.
Dioses con pies de barro
La pandemia de la covid-19 ha evidenciado la vulnerabilidad del ser humano, una especie que se creía en el cenit de la escala evolutiva, pero a la que ha puesto en jaque un organismo microscópico.
"Nos creímos dioses, pero somos una especie animal más llamada Homo Sapiens", apuntaba el naturaista.
Y lo cierto es que, no solo no somos dioses, sino que, además, somos una de las especies animales más frágiles del planeta a nivel inmunológico. Prueba de ello, radica en que el coronavirus obligó -y en ocasiones continua obligando- el confinamiento generalizado de la población humana para evitar contagios que pudieran desencadenar fatales desenlaces.
El impacto que tuvo el confinamiento humano sobre la fauna fue evidente: un oso paseando por calles asturianas, corzos en el acueducto de Segovia, jabalíes en el centro de Barcelona, cabras en un pueblo de Albacete o pavos reales por el centro de Madrid. Una estampa que se repitió en las ciudades de todo el mundo con especies aún más exóticas para el humano occidental.
El escenario metropolitano parecía sucumbir ante la expansión de la naturaleza, pero no fue más que una quimera prolongada durante varios meses. A la vuelta de la actividad humana, los animales abandonaron las ciudades y regresaron a la naturaleza que amenaza con desaparecer por el impacto humano, la que para Serrallonga es la especie potencialmente más destructiva del planeta.
"Los encuentros más peligrosos que he tenido han sido con ese primate bípedo que es el ser humano", confesaba el explorador. Y es que lo cierto es que la huella humana está causando estragos que, a la postre, serán perniciosos para la propia especie Sapiens.
El solitario Jorge
Jordi Serralloga comparte el caso del Solitario Jorge, uno de los habitantes más ilustres de las Islas Galápagos, en Ecuador. Se erigió en el último macho e individuo conocido de una de las especies de tortuga gigante de las islas Galápagos.
Solitario Jorge fue identificado en la década de los 70. Se trataba del último integrante de la subespecie Chelonoidis nigra abingdoni y, durante décadas, sus cuidadores intentaron que se reprodujera con hembras de una especie cercana. No obstante, con poco más de cien años, el quelonio murió en el 2012 sin dejar descendencia.
"Con la muerte de Solitario Jorge no solo perdíamos al último representante de esta especie, sino también la posibilidad de estudiar un linaje que podría facilitar la respuesta a enfermedades relacionadas con el envejecimiento como el Alzheimer", señalaba el naturalista.
Lo cierto es que cuando los investigadores estudiaron los restos del Solitario Jorge, descubrieron que resisten muy bien las enfermedades infecciosas, que desarrollan tumores benignos y que resisten muy bien al envejecimiento. Así pues, si queremos aproximarnos a la ansiada inmortalidad que nos deificaría por completo, empecemos por respetar la naturaleza, pues su muerte condicionará nuestra extinción.