Desde que nacemos utilizamos gestos que tienen por objetivo llamar a la suerte o auyentar a la mala suerte. Es como si algo interno nos hiciera ser supersticiosos. Precisamente, nuestra vida hace que confiemos y descartemos determinados gestos y seleccionemos aquellos que asociamos a experiencias nuestras en las que nos sonrió la suerte. Entonces es cuando decidimos repetir aquello que asociamos a la buena ventura.