Virginia Woolf intentó curar su alma herida a través de sus novelas, ensayos y artículos. Los personajes que creaba y el análisis íntimo de sus pensamientos y sentimientos más profundos, curaba a ratos ese mal que le acompañó desde la adolescencia: una depresión que se convirtió en trastorno bipolar.
Silvia Casasola cuenta qué sentía Virginia cuando estaba imbuida en un nuevo proceso creativo. Su mente se abstraía del mundo formando cada mínimo detalle de sus personajes. No quiere perder el hilo que termine confluyendo en los temores que siempre la atormentan: la soledad, la muerte, el engaño, el dolor. La importancia de la vida, la oscura amenaza del suicidio.
La escritura lo es todo para ella, pierde algún que otro kilo porque apenas come y su febril actividad provoca que las horas pasen sin darse cuenta. Lo importante es que su historia, sus personajes cobren vida y ella les pone voz, sentimientos y desvelo. Por eso cuando se queda bloqueada y su mente comienza a sufrir siente que nada vale la pena.
Virginia sufrió mucho y hoy se sabe que el trastorno bipolar que sufrió no fue causado por ninguna enfermedad congénita ni una personalidad pusilánime como la acusaron en su día; el trastorno bipolar fue causado por los abusos sexuales de sus hermanastros mayores y la impotencia de ver como su hermana y ella misma no tenían a nadie que las defendiera que las ayudara de aquella cruel, terrible y oscura realidad.
Su legado de ocho novelas escritas y más de una treintena de libros de otros géneros revolucionó la narrativa del siglo XX, defendió los derechos de las mujeres en sus textos y algunos apuntan que incluso renovó el idioma inglés.
Virginia Woolf en la actualidad es considerada una de las escritoras inglesas más importantes de la historia y aunque tras la Segunda Guerra Mundial fue relegada, en la década de los años 70 su figura fue reivindicada por el feminismo que la rescató del olvido y hoy en día sus mensajes son igual de actuales que tiempo atrás.
