Sus padres, Reginald y Maggie, decidieron donar sus órganos para poder salvar otras vidas. Gracias a ese gesto, 7 personas pudieron seguir adelante. Uno de ellos, diabético, pudo independizarse gracias a las células del páncreas de Nicholas, otro, un joven de 19 años, recibió su hígado, y Andrea Mongiardo, que tenía 15 años, luchaba a vida o muerte en un hospital de Roma cuando recibió su corazón
Cuenta Reginald que no pudo conocer a Andrea hasta unos meses después del trasplante porque tardó un tiempo en recuperarse ya que apenas tenía fuerzas, pero establecieron una relación familiar. Andrea superó el bache, consiguió un trabajo, jugó al fútbol y vivió de forma normal. Hasta que a principios de este mes la familia Green recibió un correo electrónico: Andrea había muerto a los 37 años de edad, no por un fallo cardíaco sino por una insuficiencia respiratoria provocada por el tratamiento de quimioterapia al que se había sometido después de un linfoma.
"Es cómo perder a un sobrino, pero ha vivido 22 años, más así que hay cierto consuelo en esto". El matrimonio no pierde su optimismo. Saben que la tasa de donaciones en Italia y también en EEUU se multiplicó gracias al gesto que tuvieron tras la muerte de Nicholas y trabajan porque sigan aumentando desde la Fundación que crearon como homenaje a su hijo.