En el colegio, sufrió acoso verbal y físico, y ahí fue cuando empezó a experimentar que con la violencia podía controlar la situación. en su adolescencia, se unió a un grupo de neonazis hasta que llegó a otro de extremistas blancos violentos. Pasó a vivir en coches o sofás de amigos y se aficionó a robar en tiendas de vídeos para adultos. Acabó detenida y en prisión, donde no esperaba hacer amigos, y mucho menos con una mujer negra que la invitó a jugar en el patio de la cárcel. Sus creencias racistas comenzaron entonces a derrumbarse cuando además comenzaron a protegerla un grupo de jamaicanas que la abrieron los ojos sobre su pasado, empezando por sus tatuajes.
Angela entabló una amistad muy fuerte con una de ellas, que después fue más allá, y que la transformó por completo. Al salir de prisión, se mostró decidida a no volver a sus viejas prácticas y a vivir abiertamente su homosexualidad. También empezó a colaborar con un centro del Holocausto para contar su historia. Ahora la utiliza para ayudar a otras personas en su misma situación, a través de una organización llamada Vida después del Odio.