Yei Yang es una de ellas. Tenía 22 años cuando quemaba basura cerca de su pueblo, al noreste del país, cuando una de estas bombas explotó, arrebatándole uno de sus párpados, el labio superior, una oreja y uno de sus brazos, además de una cicatrización severa de cintura para arriba.
“No recuerdo nada de lo que pasó salvo cuando me desperté en el hospital dos semanas después. Cuando ví lo que había ocurrido, no quise vivir más”,cuenta Yang a la CNN
Los dos años que trascurrieron después de la explosión, Yang se negó a salir de su casa. Creía que sus amigos le tendrían miedo.
Ahora intenta que sus tres hijos no se conviertan en víctimas. Y es que casi la mitad de las personas heridas o muertas por estos accidentes son niños.
Antes del suceso, Yang trabajaba como obrero, hoy sólo puede hacerlo de forma ocasional y su familia depende de los ingresos de su mujer y de la ayuda de una organización sin ánimo de lucro.
En la actualidad se cree que aún hay 80 millones de bombas enterradas, de las cuales sólo se ha desactivado el 1 por ciento.