Tributo a la radio

Carlos Alsina: "Es gracias a ti por lo que estos días la radio suena como nunca"

Carlos Alsina comienza su 'Tributo a la radio' agradeciéndole a todos los oyentes que escuchan Más de uno estos días que compartan sus historias con el programa, porque son historias que forman parte de una España en cuarentena e historias de la radio que suena en la España golpeada: "Creo que los programas de radio estos días han crecido al empaparse de la emoción, de la ilusión, del dolor, del humor, de las ganas de seguir, de compartir y de vivir que trasmitís vosotros".

- Iñaki Gabilando le cuenta a Alsina cuál es el mejor recuerdo de su carrera en la radio

Carlos Alsina

Madrid |

Soy Carlos Alsina y quiero agradecerte que estés compartiendo tu día a día con nosotros.

Le comenté anteayer a Alicia Heras, que, del equipo de este programa, es la persona que primero escucha y lee todas las historias que nos contáis los oyentes, que me tiene sorprendido gratamente, de que haya tantos veinteañeros que estos días ---que son días raros, y dolorosos, e inciertos--- están recurriendo a la radio para hablar de sus abuelos.

Así hemos sabido de la abuela Catalina, que apenas oye y casi no ve, y que se asoma al balcón para saludar a su nieta Cristina, que vive enfrente.

Hemos sabido de la señora Aquilina, que volvió a casa esta semana después de recibir el alta; quince ingresada y sin dejar de dar conversación a todo el personal sanitario, según cuenta –divertida— su nieta Paula.

Hemos llorado al abuelo Quintín, padre de cinco hijos y con un nieto que se llama Erik, 22 años, que vive solo en Madrid y tiene a la familia dispersa por toda España.

Hemos llorado al abuelo Crece, Crescencio, que falleció en una residencia de Madrid. Solo y en silencio. "Como era él", nos contó Natalia, "silencioso, de pocas palabras".

Y a la abuela Peque, ¿te acuerdas?, "se han cerrado los ojos azules más bonitos de Madrid", escribió su nieto Sergio.

Desde que todo esto empezó, lo que más nos ha importado a todos, creo, es servir para algo. Ser útiles. Y aquí, en 'Más de uno' hemos descubierto que por lo menos servimos para que los nietos hablen de sus abuelos, los hijos nos hablen de sus padres y los padres nos habléis de vuestros hijos.

Y hemos sabido que a veces ni siquiera hace falta que hagamos nada para ser útiles. Basta que esté sonando la radio de fondo para que muchos de vosotros os trasladéis con el corazón a casa, al hogar familiar en el que era costumbre tener la radio puesta –prendida- en la cocina. Una voz, una sintonía, que te evoca el olor de las tostadas y el ruido que hacen las tazas. Basta que suene la radio para que viajes, emocionalmente, a tu infancia.

Te dije ayer, en el sermón laico de las ocho, que hoy iba a ser un día diferente en el programa. Déjame que te explique por qué. Y ya me callo, como dice Anabel Díaz, y ya me callo porque hoy aspiro a ser el que menos hable.

Yo estoy agradecido. A quienes nos estáis escuchando por todo lo que estos días –días raros— nos estáis contando. Son vuestras historias, todas juntas, las que forman la historia de una España en cuarentena y de la radio que suena en la España golpeada. Creo que los programas de radio (de todas las radios) estos días han crecido al empaparse de la emoción, de la ilusión, del dolor, del humor, de las ganas de seguir, de compartir, y de vivir que transmitís vosotros.

Y hoy lo que quiero es regalarte algo. Quiero regalarte la voz que te acompañó mientras estudiabas, mientras crecías, mientras madrugabas para ir a trabajar, mientras te enamorabas y te casabas y te ponías a empapelar un piso de ochenta metros que al principio te parecía amplio y en cuanto llegaron los críos empezó a parecerte enano.

Quiero regalarte la voz que te acompañaba en las mudanzas. La que fuiste haciendo tuya porque antes la escuchó tu madre. La que descubriste tú solo en una frecuencia nueva a la que llegaste no sabes cómo.

Quiero regalarte la voz que sonaba en la cocina. En el coche. En las noches. En las madrugadas. Mientras comíais en casa. La mañana de los domingos. La tarde de los sábados. La que cantaba gol en las Gaunas.

Intuyo que no te haces idea de cómo es la trastienda de los programas de radio estas semanas. Tú escuchas a los que hablamos, que a menudo fingimos que todo está siempre en orden, todo controlado, ¡no hay problema! Pero ay, si tú nos vieras. Si vieras los controles de sonido. Dieciocho conexiones ahí abiertas. Con las casas de media ciudad.

Los chismes tecnológicos estos que usamos ahora, personas que entran desde un armario para que no se cuele el ruido de una obra, colaboradores que se cubren la cabeza con una manta porque les han dicho que así se elimina el eco. Las prisas, los cortes de señal, los nervios (en todos menos en el ingeniero Montes, que es Buda –-por lo sosegado y por lo sabio--), venga a ecualizar voces cavernosas para que parezca que aquí no pasa nada.

Y sí que pasa. Aquí, en la radio, pasa de todo. Estamos haciendo malabares para que todo siga sonando.

Pero es gracias a ti por lo que estos días la radio suena como nunca. La radio suena como nunca porque es la radio de siempre.

a radio para hablar de sus abuelos.

Así hemos sabido de la abuela Catalina, que apenas oye y casi no ve, y que se asoma al balcón para saludar a su nieta Cristina, que vive enfrente.

Hemos sabido de la señora Aquilina, que volvió a casa esta semana después de recibir el alta; quince ingresada y sin dejar de dar conversación a todo el personal sanitario, según cuenta –divertida— su nieta Paula.

Hemos llorado al abuelo Quintín, padre de cinco hijos y con un nieto que se llama Erik, 22 años, que vive solo en Madrid y tiene a la familia dispersa por toda España.

Hemos llorado al abuelo Crece, Crescencio, que falleció en una residencia de Madrid. Solo y en silencio. "Como era él", nos contó Natalia, "silencioso, de pocas palabras".

Y a la abuela Peque, ¿te acuerdas?, "se han cerrado los ojos azules más bonitos de Madrid", escribió su nieto Sergio.

Desde que todo esto empezó, lo que más nos ha importado a todos, creo, es servir para algo. Ser útiles. Y aquí, en 'Más de uno' hemos descubierto que por lo menos servimos para que los nietos hablen de sus abuelos, los hijos nos hablen de sus padres y los padres nos habléis de vuestros hijos.

Y hemos sabido que a veces ni siquiera hace falta que hagamos nada para ser útiles. Basta que esté sonando la radio de fondo para que muchos de vosotros os trasladéis con el corazón a casa, al hogar familiar en el que era costumbre tener la radio puesta –prendida- en la cocina. Una voz, una sintonía, que te evoca el olor de las tostadas y el ruido que hacen las tazas. Basta que suene la radio para que viajes, emocionalmente, a tu infancia.

Te dije ayer, en el sermón laico de las ocho, que hoy iba a ser un día diferente en el programa. Déjame que te explique por qué. Y ya me callo, como dice Anabel Díaz, y ya me callo porque hoy aspiro a ser el que menos hable.

Yo estoy agradecido. A quienes nos estáis escuchando por todo lo que estos días –días raros— nos estáis contando. Son vuestras historias, todas juntas, las que forman la historia de una España en cuarentena y de la radio que suena en la España golpeada. Creo que los programas de radio (de todas las radios) estos días han crecido al empaparse de la emoción, de la ilusión, del dolor, del humor, de las ganas de seguir, de compartir, y de vivir que transmitís vosotros.

Y hoy lo que quiero es regalarte algo. Quiero regalarte la voz que te acompañó mientras estudiabas, mientras crecías, mientras madrugabas para ir a trabajar, mientras te enamorabas y te casabas y te ponías a empapelar un piso de ochenta metros que al principio te parecía amplio y en cuanto llegaron los críos empezó a parecerte enano.

Quiero regalarte la voz que te acompañaba en las mudanzas. La que fuiste haciendo tuya porque antes la escuchó tu madre. La que descubriste tú solo en una frecuencia nueva a la que llegaste no sabes cómo.

Quiero regalarte la voz que sonaba en la cocina. En el coche. En las noches. En las madrugadas. Mientras comíais en casa. La mañana de los domingos. La tarde de los sábados. La que cantaba gol en las Gaunas.

Intuyo que no te haces idea de cómo es la trastienda de los programas de radio estas semanas. Tú escuchas a los que hablamos, que a menudo fingimos que todo está siempre en orden, todo controlado, ¡no hay problema! Pero ay, si tú nos vieras. Si vieras los controles de sonido. Dieciocho conexiones ahí abiertas. Con las casas de media ciudad.

Los chismes tecnológicos estos que usamos ahora, personas que entran desde un armario para que no se cuele el ruido de una obra, colaboradores que se cubren la cabeza con una manta porque les han dicho que así se elimina el eco. Las prisas, los cortes de señal, los nervios (en todos menos en el ingeniero Montes, que es Buda –-por lo sosegado y por lo sabio--), venga a ecualizar voces cavernosas para que parezca que aquí no pasa nada.

Y sí que pasa. Aquí, en la radio, pasa de todo. Estamos haciendo malabares para que todo siga sonando.

Pero es gracias a ti por lo que estos días la radio suena como nunca. La radio suena como nunca porque es la radio de siempre.