Cogieron el primer ferry del día y desayunaron en la arena con la leche calentita de su termo y unas galletas. Pusieron la sombrilla, su pica en el Flandes playero y disfrutaron de la inmensidad de Caparica: 8 kilómetros de agua azul y arena fina clarita.
La embarazada llevaba un bañador negro con un interrogante rojo sobre la barriga, un interrogante que se despejó a media mañana. Catarina no sabe si el nacimiento de María se precipitó por el largo paseo de arena o por el vaivén del fuerte oleaje de esa playa surfera. La mujer, añosa de 37 años, disfrutaba de una agradable lectura cuando notó que algo le mojaba las piernas, así de sopetón. Su marido estaba de chiringuito y a ella no se le ocurrió otra cosa que gritar y gritar, pidiendo ayuda. Se corrió la voz y socorristas y curiosos se acercaron en tropel. Uno de ellos, antiguo bombero y técnico en CARDIO-NEUMOLOGÍA, tomó las riendas de la emergencia.
En este portal de Belén portugués, cada uno ofreció lo que pudo: el dueño de un bar de “chill out”, unas hamacas para el tránsito partero, otros toallas limpias…Catarina intentaba contener su dolor porque le daba vergüenza gritar, pero María le rompía las entrañas, por otra parte, ¡qué horror, parir en medio de esa bulla!
El técnico sanitario cubrió a Catarina con una toalla grande, muy grande, de esas que hay en Portugal y formó una tienda de campaña con su cuerpo. María llegó en un suspiro y el padre, gritó loco de alegría. La gente aplaudió con tantas ganas que la madre lloró y lloró y María, también. Ahora, se recuperan en Almada, su ciudad, que tiene a gala por cierto, ser una de las más pobladas de Portugal.