MÁS DE UNO

El indulto de Rubén Amón: El peaatón

Querido peatón, me dirijo a ti —en tu- de-sa-sosie-go. Y en reconocimiento la ginkana que protagonizas cada día cuando sales de casa. Antes te jugabas la vida cuando cruzabas una calle. Y te la sigues jugando ahora, porque los pasos de cebra son en España una bonita, geométrica. Alegoría funeraria de cal.

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Madrid |

Pero ahora también te juegas la vida en la acera. Y no solo por los socavones y las trampas del recorrido, sino porque ahora te expones al ataque despiadado de las bicicletas y de los patinetes, cuando no de las motos y scooters que profanan la acera para aparcar. Y hasta para desplazarse, cuando los atascos estimulan alternativas homicidas.

Son los peatones quienes encabezan las estadísticas de accidentes, no por provocarlos, sino por padecerlos. Y se han convertido la calles en un territorio hostil. Sabes cuándo sales de casa, pero no sabes cuándo vuelves. Por eso te despide de los tuyos como quien se va al frente. A qué hora vuelves, cariño. Quizá a la hora de cenar, mama.

No estoy defendiendo aquí la tiranía de coche, ni la doctrina corporativa del diesel, sino la contradicción que se está produciendo entre la adopción de transportes limpios, eléctricos, puros, y los índices de SI NIES TRA BI LI DAD. Los vehículos silenciosos atropellan precisamente porque no se los escucha. Y la buena reputación social de la bicicleta o del patinete no garantiza la cualificación de los impostores que los utilizan con fines exterminadores.

No basta subirse en una bicicleta para ser ciclista. Ni basta subirse a una moto, eléctrica o no, para convertirse en motorista. De hecho, el verdadero ciclista y el verdadero motorista están entrenados para sobrevivir, para saber mirar, para defenderse en un territorio despiadado. Y no para provocar accidentes por negligencia, como sucede con los neófitos e inexpertos que conscientes o no han convertido al peatón en víctima depredadora.