Durante años, los atletas rusos y de la llamada Alemania Oriental, ganaban mundiales y medallas en los Juegos Olímpicos con deportistas sorprendentemente preparados, un físico gigantón, como si comiesen sandías por los sobacos, y no daban positivo en los controles. Al cabo del tiempo, el chivatazo de un médico ruso, al que hubo que dar asilo político en Estados Unidos y hacerle testigo protegido, destapó las pruebas que demostraban que el doping en los deportistas rusos es un dopaje de estado, protegido y dirigido por el gobierno.
Rusia, aunque puede recurrir la sanción, va a estar cuatro años sin poder participar en Competiciones Mundiales, y el mensaje que se lanza a los países y deportistas del mundo, es que las pruebas que se les hagan ahora, quedarán congeladas, y aunque las nuevas técnicas de laboratorio propicien las trampas, cuando se vayan descubriendo, se podrán descongelar esas pruebas y comprobar si hubo doping, aunque hayan pasado los años, porque la ley les pedirá cuentas de los premios que recibieron y los perjuicios que causaron.
Es decir, va a costar demasiado caro hacer trampas con el doping, porque todo se terminará destapando… A mí, me hubiese gustado que también se hubiesen abierto las bolsas de sangre manipuladas con EPO, que en la Operación Puerto descubrió la Guardia Civil, y que nuestra justicia deportiva mandó destruir o no hacer públicas. Es una de nuestras vergüenzas históricas, que cuando llegan casos como éste, hace que nos tengamos que quedar calladitos.