Historia de la primera vez que se abrió con éxito el cuerpo de una persona viva
Supongo que vosotros conoceréis lo sucedido con el doctor McDowell, en la prehistoria de la cirugía, cuando 40 años antes del descubrimiento de la asepsia quirúrgica aquel hombre abrió el cuerpo de una persona viva contra la opinión de todos.
El 15 de diciembre de 1809 había nevado en Kentucky. El doctor McDowell acababa de recorrer a caballo 90 kilómetros de bosque espeso para atender a una mujer enferma. Jane Crawford tenía el vientre horriblemente hinchado. Parece que estuviera por el undécimo mes de embarazo, decían las vecinas. Pero sobre la piel del vientre, observó el doctor manchas azules y verdes. Lo que hay dentro, dijo McDowell, no es un bebé. El médico le explicó a la enferma que lo que tenía era un tumor quístico enorme en un ovario. McDowell frunció el ceño. Desde hacía milenios, aquel mal había matado incontables mujeres en medio de grandes dolores y de ninguna esperanza. En aquella época, ante las enfermedades del interior del cuerpo la medicina no tenía soluciones. Pero, Jane le dijo: quítemelo, doctor, se lo suplico. Tengo cinco hijos por criar. Y aguanto bien el dolor.
McDowell oyó en sus pensamientos la voz difusa de sus maestros. No hay nada que hacer, no te manches las manos de sangre. Te acusarán de su muerte, te prohibirán ejercer la medicina. Pero, mientras él pensaba, Jane imploraba: aguantaré, doctor, se lo aseguró…aguantaré todo lo necesario.
Lo primero que Jane soportó fue un viaje de varios días atada a la silla de un caballo. En aquellas fechas de diciembre de 1809, casi muere galopando con el vientre deformado a punto de reventar, y sin exhalar ni una sola queja a pesar del dolor.
Lo que el médico se disponía a intentar llegó a oídos de sus vecinos, y muchos consideraron sacrílego abrir el cuerpo humano en vida. ¡Quieren asaltar la casa!, le advirtieron al doctor McDowell. Creo que el shérif protegerá mi casa de los necios, dijo el médico. McDowell se inclinó sobre el vientre de Jane Crawford, y con una pluma trazó la línea que debía seguir para abrir el peritoneo a siete centímetros y medio del músculo recto del abdomen. Después cogió el escalpelo. Cuando Jane vio la cuchilla, cerró los ojos. Y empezó a cantar en voz alta. Cantaba un salmo.
El doctor hizo un corte en el peritoneo. Y como presionados por un puño salieron hacia fuera los intestinos, desparramándose en la mesa. El tumor ocupaba la mayor parte de la cavidad abdominal. La anestesia todavía no había sido inventada. La respiración de Jane se volvía intermitente. Pero, en vez de gritar…cantaba. McDowell abrió el tumor con dos cortes. Estaba lleno de una masa espesa de consistencia gelatinosa.
Cuando más tarde la puso en la báscula aquello pesó nueve kilos. Entretanto, Jane seguía resistiendo. Aquel canto era lo más conmovedor que podía salir de una boca humana. McDowell devolvió los intestinos al interior del cuerpo, mientras por la ventana el doctor veía como dos hombres colgaban una soga de la rama del árbol que quedaba en frente de su casa. Cuando al minuto entró el shérif en aquella estancia llena de sangre, McDowell le dijo: ya hemos sacado el tumor y ella sigue con vida.
Pasados 20 días, los necios tuvieron que conformarse con murmuraciones hasta el instante en el que Jane Crawford montó a caballo partiendo sola hacia su casa para volver a abrazar a sus hijos. Sobrevivió 33 años a aquella operación. El doctor practicaría después otra docena de ovaritomías. Con un factor clave añadido de su pericia: la limpieza en la mesa de operaciones.